(escribe Lic. Silvia Otero) Casi que ni se nombra. Cuesta ponerlo en palabras, como si solo pudiésemos bordearlo, porque nos puede tocar a todos y va de la mano con una extrema decisión, la de la muerte. ¿Y de quién? De ese ser querido que está sufriendo y nos toca a nosotros la difícil responsabilidad de decidir sobre lo que jamás seguramente pensamos, no sobre su vida, sino sobre su muerte.
En otros países ya se ha legalizado y el Senador Ope Pasquet hoy propone en Uruguay, donde se han legalizado tantas cosas, un proyecto de ley al respecto. No puedo tener una postura definida y a veces ni decir en voz alta lo que pienso. "Hay que estar", como dice el dicho.
Conozco de cerca personas que han padecido haber tenido que estar en esa difícil situación, casi inimaginable. Porque en esa situación no se toma partido, no se está de un lado o de otro, o decidís y te arriesgas a llevar esa carga de por vida o directamente decís que no, mientras padeces viendo como tu ser querido solo intenta sobrevivir, con el sufrimiento que ello conlleva. Me surge la pregunta de que es más humano o menos doliente. Si decidimos por ello, ¿es tal vez un acto de piedad? y si no lo hacemos,¿es un acto de egoísmo? No lo sabemos, porque lo universal de esto se resume a un solo término: sentimiento.
La eutanasia plantea un debate ético, y por tanto rige la moral, pero va más de la mano con esta última y solo la ley guía pasos que tal vez estén muy distantes de lo que muchos opinan en silencio, porque ambas, moral y ética en nuestro interior sabemos que no van de la mano.
La moral me dice en silencio lo que deseo, por mi o por el otro, mientras la ética me pone en el lugar de la ley que me rige, me dice lo que debería hacer..
Si la moral pudiera regir cómodamente todo, no sería subjetiva y no tendríamos que andar guardando tanto silencio, porque atrás está ella, la Ética, la gran señora del deber ser.
Ética, aquella que señala cuando pensamos algo, que decirlo en voz alta no está bien para la sociedad y suena crudo, por lo tanto ante eso se guarda respetuoso silencio.
Hoy se pone en la agenda social como un tema que despierta polémica, casi como el aborto, pero es imposible que eso no suceda, es imposible un abordaje que no sea controversial, pero algo sé es válido: ambos bandos tan fracturados y fragmentados entre sí jamás se pondrán de acuerdo, pero tienen algo en común, el amor por ese otro que espera una muerte digna y que, tal vez por religión o por amor, ese acto no llega a ser realizado.
Quizás sea el momento de colocar la mirada un paso más allá. En varios países europeos estos proyectos de ley ya se han promulgado.
La iglesia opina, el mundo opina, la ley opina, el corazón opina, pero es la ley quien determina lo que debemos hacer, lo que se puede o no hacer, no obstante no determinará jamás, lo que sentimos.
En nuestra sociedad dicho acto no era puesto en palabras. Hoy la ley lo enuncia permitiendo una nueva realidad ante un nuevo contexto. Y mientras haya ilegalidad todo se vuelve malo a nuestros ojos, hasta que luego de muchos años esto sea internalizado y la visión social haya cambiado.
Entonces no pesará tanto el dolor por lo decidido, esa tan cruda decisión. Cuando en medio de todo una familia se haya atravesada por un deceso, que ese familiar termine dignamente con su sufrimiento.
Pero no es fácil, ni para mí, ni para nadie, pero, ¿quién dice que lo necesario en muchas ocasiones es fácil?, ¿quién determina, más allá de la ley, qué es lo correcto?
Nos entrecruzamos con ese imperativo que nos lleva a la macabra encrucijada: ¿qué debo hacer? Y esa es la gran pregunta que, como todo debate filosófico, jamás tendrá respuesta, salvo en el corazón y en ese interior silenciado de cada uno.
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