(Escribe Emilio Hourcade Leguísamo) Son estos momentos difíciles en donde todos tratamos de sobrellevarlos de la mejor manera, haciendo cada uno lo que puede y le corresponde, yendo desde tareas vitales y esenciales tales como las que realizan los funcionarios de la salud, la policía, etc., hasta las del simple ciudadano como el que suscribe, que debe regirse por lo que las autoridades indican y actuar en consecuencia.
En este resguardo en nuestros hogares a los cuales todos debemos abocarnos, por el bien nuestro y de todos, saliendo solo por causas esenciales, aprovecharé esta columna de AGESOR para ir incluyendo algunas notas de no mucha extensión que, rescatando hechos de nuestro pasado, sirvan para mezclarse dentro de las magras noticias que en estos días vamos recibiendo, y le permitan al lector que así lo desee, entretenerse al menos unos minutos con artículos que solo intentarán ser una pequeña distracción en días que son bastante difíciles de llevar adelante y en la confianza de que si todos colaboramos en algo, podremos superar esta difícil prueba que se nos presenta.
Iniciando esta serie, traeré al presente un llamativo artículo publicado en el año 1912 en el diario «El Sur» de Curuzú Cuatiá, población ubicada al sur de la Provincia de Corrientes en la República Argentina a más de 500 km. de distancia y que fuera levantado por la prensa de Mercedes, la cual, además de transcribirlo, manifiesta que los dejó “turulatos”, ya que en nuestra ciudad nunca tuvieron conocimiento de los hechos que narra el mismo, siendo por lo tanto una incógnita que fue lo que lo motivó.
El texto referido expresa lo siguiente:
«Maremoto en la isla del Puerto
En el río Negro
La isla flotante
La población sorprendida ante este inexplicable fenómeno. Hombres científicos inspeccionan las condiciones en que se encuentra la isla. Vapores que producen ebulliciones en las aguas.
Noticias que llegan recientemente del país vecino, narran con argumentos y comentarios matizados con misteriosos contornos, que hacen pensar en diabólicos maleficios, o en influencias ignoradas de Ultra Tumba, tal es la inverosímil nueva, que por lo trascendental e inexplicable vamos a narrar, seguros de que despertará interés a nuestros numerosos lectores.
El río Negro conocido por las tribus de los Chanás que habitaron antes de la conquista en ambas márgenes con el nombre de “Hum”, es uno de los más importantes que bañan el territorio Oriental.
Desde su nacimiento en las asperezas de las sierras de Santa Tecla en territorio brasileño, se interna en el país vecino, deslizándose por complicadas pendientes y caprichosas hondonadas, rodeadas por una vegetación exuberante y variadísima, donde viven desde los más corpulentos ñandubay hasta las más deliciosas flores que exhalan perfumes fraganciosos y exquisitos, impregnando aquel ambiente solitario de maravillosas esencias que llevan al nido del boyero el solfeo donde ha de rimar sus cánticos y a la mariposa, el pétalo blanco de la azucena, como invitación generosa hacia el incansable capricho de su absurdo anhelo.
Y así corre a través de 120 kilómetros el río Negro [el largo total del río Negro es de 750 km., de los cuales más de 500 km. corresponden al Uruguay], presentando aquí y acullá paisajes que rivalizan con el cielo uruguayo en colores y en pureza, para después como un aborto de la selva, lanzarse tranquilo, se pudiera decir arrepentido, al caudaloso Uruguay, que lo recibe indiferente e inadvertido, como lágrima de dolor en la cara descompuesta de un suicida.
El río Negro a más de ser para la zona bañada por su cauce un positivo e indispensable factor a la riqueza del territorio, es también navegable desde su desembocadura en el Uruguay, unos 200 kilómetros adentro, representando para el comercio de aquellas regiones el desenvolvimiento rápido y cómodo de todas sus exigencias.
La isla del puerto
Encuéntrase a 60 kilómetros río adentro la progresista y culta ciudad de Mercedes, una de las más importantes de la República Oriental.
Con una población de 18.000 habitantes, con medios de comunicación fluvial y terrestre, fundada en el centro de una hermosa cuchilla, bañada en su frente Norte por el majestuoso río Negro, ofrece al viajero paisajes de extraordinarias perspectivas.
A unos cien metros de trecho de la ciudad nombrada hállase la Isla del Puerto, en sus playas de límpida arena y sus enormes y frondosos sauces que hacen las delicias sobre todo en el verano de las familias con amenos pic-nic, y aprovechándose a la vez de la comodidad de sus playas que excitan el baño y a paseos en esas tardes de insoportable calor.
Tal es la isla que nos motiva esta crónica. El fenómeno prodújose así:
En la madrugada del 5 del corrientes los marinos y lavanderas, quedaron estáticos al notar que la isla no se hallaba en su lugar, quedando por supuesto entregados a las más rústicas meditaciones.
Lo más extraordinario de este fenómeno constituye el hecho de que la isla no responde a la fuerza de las corrientes, sino por el contrario, se reduce únicamente girando parsimoniosamente sobre su eje desviado actualmente unos 300 metros al Sur, y de sus costas afluye constantemente una especie de cerrazón producida por vapores condensados. El agua hasta algunos metros de sus costas se nota con una temperatura relativamente calorífica, lo que hace suponer en posibles maremotos o materias en estado ígneo.
Las gentes ignorantes tejen los más estupendos comentarios a su alrededor, unos aseguran que allí han visto en las noches de invierno danzar a monstruosos enanos; otros creen en salamancas funerales y dioses gnósticos, otros resuelven el problema manifestando con toda solemnidad que la isla está asombrada, encantada y maldecida.
Mientras tanto el gobierno uruguayo ha mandado una comisión de hombres científicos hacia aquellas regiones a los efectos de someter a estudios el motivo de tal fenómeno o de lo contrario, que bien pudiera suceder, determinar que el fenómeno fuera ocasionado debido a la explosión de algún parque de elementos bélicos correspondiente a alguna revuelta en gestación.
Tendremos a nuestros lectores al tanto de las novedades que ocurran».1
Termina aquí este relato tan extraño en su contenido como en el origen del mismo, máxime por haber sido generado en un periódico a cientos de kilómetros de Mercedes, pero si bien podemos considerarlo como una simple fábula, no deja de ser curioso y vale la pena ser conocido.
REFERENCIAS
- “El Día”, Mercedes, 20 de diciembre de 1912
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