
(escribe Sergio Pérez) “La asesoría no asegura la aprobación de un proyecto, pero sí contribuye a que el proceso sea más consistente, transparente y riguroso”
“Un proyecto cultural no es únicamente un expediente administrativo; es, en esencia, la cristalización de un horizonte de sentido”. Con esta imagen puede comprenderse la magnitud de lo que representa el reciente anuncio del Fondo Nacional de la Música (FONAM): la recepción de 1024 proyectos en su segundo llamado correspondiente al año 2025.
La cifra revela no solo el dinamismo creativo de nuestro país, sino también la confianza depositada por artistas y colectivos en un instrumento de política pública que se ha consolidado como indispensable. En este marco, resulta motivo de satisfacción constatar que alrededor del uno por ciento de las postulaciones fueron elaboradas con asesoramiento y mentoría desde nuestro espacio de gestión cultural. Ese dato, aparentemente menor en lo cuantitativo, posee un profundo valor cualitativo: expresa la apertura creciente de los artistas a incorporar la gestión profesional como parte constitutiva de su trabajo.
Dicha apertura es señal de madurez cultural. Los creadores comprenden que la inspiración necesita complementarse con metodologías que garanticen la viabilidad de sus iniciativas. Celebrar la cantidad de proyectos, entonces, no se reduce a un gesto numérico: es reconocer la existencia de un sistema de convocatorias que democratiza recursos, amplía oportunidades y permite que ideas gestadas en distintos territorios encuentren un cauce institucional para volverse realidad.
La convocatoria del FONAM, que logró reunir más de un millar de propuestas, pone de manifiesto el lugar central que ocupa en la vida cultural del país. Esa dimensión numérica no solo habla de vitalidad creativa, sino también de la confianza que los artistas y colectivos depositan en este instrumento como vía legítima para impulsar sus proyectos. Para sostener y fortalecer esa confianza, resulta fundamental que los procesos se desarrollen con criterios claros y resultados que refuercen la legitimidad alcanzada hasta hoy. Solo así el ecosistema cultural podrá seguir creciendo con bases sólidas y transparentes.
Cada carpeta presentada implica mucho más que un archivo enviado: detrás hay horas de diálogo, de escritura, de presupuestación y de esperanza. Se trata, en definitiva, de una apuesta a futuro. En ese recorrido, la gestión cultural es una herramienta esencial. Ordenar presupuestos, estructurar la narrativa, adjuntar documentación, articular apoyos institucionales: cada paso fortalece la voz del creador y le da un marco de solidez a su proyecto.
Haber acompañado alrededor del uno por ciento de las postulaciones constituye un indicador de la relevancia creciente de la profesionalización en la gestión cultural. La asesoría no asegura la aprobación de un proyecto, pero sí contribuye a que el proceso sea más consistente, transparente y riguroso. En esa labor, el gestor se convierte en puente entre la sensibilidad artística y los requisitos institucionales, en un traductor capaz de articular creatividad con estructura, inspiración con estrategia.
El desafío que se abre es fomentar una verdadera cultura de planificación. Es habitual que los plazos de cierre generen apuro, y con ello se resienta la calidad de las propuestas. Elaborar proyectos más allá de las fechas límite permite madurar ideas, obtener presupuestos realistas, asegurar cartas de apoyo y construir narrativas con mayor coherencia. De esta forma, la carpeta deja de ser un trámite para convertirse en un proceso de reflexión y construcción colectiva.
También en los Fondos Concursables para la Cultura del MEC, donde hemos acompañado proyectos en categorías de Música y Artes Literarias, se observa la misma dinámica. Aún sin cifras oficiales de postulaciones, la experiencia indica que allí también se fortalecen las propuestas cuando los artistas incorporan el acompañamiento profesional. Esto redunda en proyectos más claros, con presupuestos ajustados y con narrativas más sólidas.
En este contexto, es pertinente una reflexión que toca el núcleo de las convocatorias: la responsabilidad de discernir con justo criterio y conocimiento recae en los jurados y autoridades que evalúan los proyectos. De ellos depende que los fondos públicos se asignen a propuestas verdaderamente merecedoras, capaces de generar circulación de saberes, cultura y conocimiento. Porque la verdadera cultura no se mide en números ni en resoluciones administrativas, sino en aquello que logra enriquecer a la sociedad en su conjunto.
La cifra de postulaciones debe celebrarse como expresión de vitalidad cultural. Pero más allá de la estadística, el verdadero valor reside en que cada proyecto presentado se convierte en un testimonio del tiempo, en una huella que enriquece el patrimonio común. Ese es el sentido último de las convocatorias: propiciar que las ideas se transformen en experiencias que construyan memoria, identidad y comunidad.
El cierre de este llamado del FONAM es, entonces, una invitación. A los artistas, a continuar cultivando la creatividad con planificación responsable. A los gestores, a seguir acompañando con rigor y compromiso. Y a los jurados y autoridades, a honrar con criterio justo y profundo el mandato de discernir qué proyectos merecen recibir apoyo para convertirse en cultura viva. Solo así estaremos garantizando que cada peso invertido sea también un paso hacia una sociedad más rica en saberes, más amplia en horizontes y más fuerte en identidad cultural.