
(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Ambos son megalómanos o, si usted prefiere, vanidosos, jactanciosos, como señala la RAE. Tienen sueños de grandeza y se creen paradigmas que deben ser tomado en cuenta para que el mundo sea algo mejor. Ambos son abusadores de su poder en la escala que a cada uno le corresponde. Trump amenaza a Maduro. Le dibuja frente a sus costas destructores, marines y submarinos nucleares. Maduro, por su lado, mantiene bajo su espada de Damocles a la liliputiense Guyana de 815,652 habitantes en una superficie total de 214 969 kilómetros cuadrados.
Y las similitudes podrían seguir. Ambos son liderazgos exportadores de problemas y de conflictos, Liderazgos negativos disociadores de la paz. Son cínicos y arrogantes. Desfachatados. Ambos envueltos en escándalos de corrupción que esconden bajo la alfombra de su poder omnímodo. Sí, Trump y Maduro parecen mellizos del mal. Por último, ambos tienen un depurado espíritu circense que a menudo los convierte en el hazmerreír planetario. Hoy payasean con un enfrentamiento de hechos y bravuconadas. En cuanto uno dibuja todo tipo de naves frente a las costas venezolanas en el mar caribeño de aguas internacionales, el otro moviliza millones de milicianos dispuestos “a morir por la patria”, como dice el dictador.
Son, en realidad, más parecidos de lo que pudiera pensarse. Se gritan y se dicen cosas desde el Palacio de Miraflores a la Casa Blanca y de la Casa Blanca al Palacio de Miraflores. Y se gastan millones de dólares en niñerías bélicas que podrían usarlos para mejorar la vida de sus ciudadanos. Son alimento para los medios internacionales que lucran y se divierten con ellos, noticiándolos y comentándolos. Pero, cuando se dan un minuto de descanso, y se lo dan al mundo, toman la palabra sus intérpretes quienes, para no ser menos, también gritan y vociferan y las pullas de un lado y de otro asemejan a las de alumnos de preparatoria. Marco Rubio y Diosdado Cabello son los escuderos de Trump y Maduro, quijotes degradados de la política internacional.
Con todo, algo los hace diferente. En todo caso, diferencia de forma, no de contenido. Uno se hizo del poder por las buenas, mediante una votación democrática que lo instaló como amo y señor en la Casa Blanca. El otro usurpó el poder. Se lo robó al pueblo venezolano que lo derrotó legítimamente en las urnas. Y sin escrúpulos se instaló en Palacio de Miraflores. En este sentido, Nicolás Maduro no es más que un pobre diablo dictador, al que mantienen las armas con que somete al pueblo y exporta su crimen organizado de narcos y terroristas. En este sentido, y solo en este sentido, Donald Trump difiere de Nicolás Maduro. Pero esto no lo hace mejor.
Porque tanto uno como otro representan para el mundo la peste que pudre las relaciones internacionales, desestabilizan la paz y pervierten la política.
Son, en una palabra, la misma cara en el espejo.