
(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Cada día no se esfuerza mucho por ser peor que el anterior. Somos buenísimos en corrupción y desastres políticos. Varias casas de gobierno tambalean al compás de las investigaciones judiciales. No necesitan de terremotos ni siquiera de temblores para sacudirse, y sus habitantes se aferran de lo que pueden y como pueden, para no ser desalojados de tan cómodos y generosos palacios. Es la agitada vida que viven Arce, Boluarte y Petro, por citar solo algunos.
Otros, como Nicolás Maduro, celebran modo carnaval (10 días para darle circo al pueblo, como en el Coliseo Romano), el triunfo espurio obtenido hace un año, cuando se robaron la elección a vista y paciencia de un mundo más interesado en guerras que en el derecho de los hombres a vivir libremente. Diez días para celebrar su “triunfo heroico” sobre Edmundo González, declaró muy ufano el dictador-usurpador: “Va a haber grandes eventos musicales, marchas populares en las calles, para celebrar el primer año del triunfo heroico contra el fascismo” (el Coliseo Romano abrió sus puertas el pasado lunes 28 de julio).
Asimismo, el “Súper Bigote”, el superhéroe que representa a Nicolás Maduro, serie animada estrenada el año 2021 en la televisión VTV, para martirio de los venezolanos, recordó que el lunes se celebra el nacimiento de Hugo Chávez, muerto el año 2013, que inicia la dictadura bolivariana, y con quien Súper Bigote Maduro, en uno de sus tantos delirios circenses, se comunicaba a través de un “pajarico” que hacía de niño de los mandados, llevando y trayendo mensajes del muerto al delirante dictador.
Pero existen también los “ex”, esos que un día supieron de la vida buena que ofrecen los palacios presidenciales para luego conocer el rigor de la justicia (cuando esta funciona), puesto que, como sabemos, en algunas partes doña Justicia no se saca nunca la venda de los ojos y sí es enteramente ciega. Países como Argentina, Bolivia, Brasil y Perú han mostrado que el Poder Judicial tiene agallas para condenar a sus “ex”, sobre todo Perú, que no escatima esfuerzos para mandarlos de Palacio Pizarro a su nuevo domicilio, la cárcel. A esta pequeña lista de sentenciadores de “ex” se ha sumado Colombia.
Álvaro Uribe, que vivió en Casa de Nariño o Palacio de Nariño, como se conoce la sede de gobierno de Colombia, entre 2002 y 2010, fue condenado a 12 años de prisión domiciliaria luego de ser declarado culpable de los delitos de soborno de testigos y fraude procesal. Una condena severa, pero que a juicio de la jueza que lo condenó, Sandra Heredia, impide que pueda huir del país considerando el alto reconocimiento internacional de que goza. Álvaro Uribe, del partido Centro Democrático, fundado por él, es el primer exmandatario de la historia del país condenado penalmente.
Se amplía la caza a los corruptos expresidentes latinoamericanos. En los últimos meses, dos condenados con prisión domiciliaria: Cristina Fernández de Kirchner quien, además, debe llevar la ignominiosa tobillera electrónica y ahora Uribe. En Brasil, Jair Bolsonaro, cuyo proceso sigue su curso, está impedido de salir del país, entre otras medidas restrictivas. Además, como Cristina, debe usar también el vergonzoso GPS electrónico.
Con este nivel de presidentes que tenemos en nuestra siempre convulsionada América Latina, no es mucho lo que podemos esperar para el futuro. Con todo, es necesario que la Justicia limpie el espectro político del continente, aunque necesitamos que se limpie ella primero, que es, por ejemplo, lo que esperamos todos los chilenos.