
(escribe prof. Alejandro Carreño T. ) La cosa se pone cada más fea en América Latina, nuestro continente que camina gateando, para encontrar la paz y el desarrollo que lo encumbre en las mediciones del progreso social, cultural y económico. Quienes ocupan los palacios presidenciales, o quienes los ocuparon, independiente de cuál sea la corriente política o ideología que abracen, son los responsables directos del deterioro cada vez más pronunciado de nuestra empobrecida y sufriente América Latina.
Y no solamente eso, sino que terminan presos como delincuentes comunes, o en vías de tomar el sol tras las rejas desde donde, con certeza, repasarán sus días de jolgorio, sin detenerse a pensar ni por un minuto siquiera, el daño causado al país. Otros más afortunados se irán con arresto domiciliario, medida que, en realidad, no ofrece grandes garantías de que no continuarán en las andanzas que los llevaron ahí, puesto que, el arresto domiciliario no les impide contactarse con el mundo que una vez les perteneció.
Lo curioso, por decir algo decente, es que normalmente niegan que hayan cometido cualquier delito, y ahondan en su defensa con espurios argumentos, como que se les persigue por razones políticas, porque nunca han metido “las manos en la masa” En ningún tipo de masa. Pero no solo han metido las “manos en la masa”, sino que los pies también. Ahora, sin embargo, se les ha agregado un elemento novedoso a estas historias de expresidentes corruptos, para describirlos con una sola palabra: la tobillera electrónica.
Es el GPS amarrado al tobillo que le dice a la policía dónde se encuentra el sujeto. Primero fue la exmandataria argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que se escapó, por su edad, de la cárcel, y fue beneficiada con el bendito arresto domiciliario total con tobillera electrónica incluida. Ciertamente, puso el grito en el cielo, puesto que este aparatito es símbolo de seguridad cuando se trata de condenados que son un riesgo inminente para la sociedad. O de personas que, sin ser condenadas aún, puedan escapar de la justicia.
Como Jair Bolsonaro, el expresidente brasileño, a quien el Supremo Tribunal Federal le impuso una serie de restricciones, en el marco de la investigación que se lleva a cabo por su envolvimiento en el presunto intento de golpe de Estado en 2022 contra el actual presidente Luis Inácio Lula da Silva. Junto con el arresto domiciliario nocturno que comprende desde las 19.00 hasta las 07.00 horas, Bolsonaro deberá usar la denigrante tobillera electrónica. Además, la prohibición de usar redes sociales y hablar con su hijo Eduardo que se encuentra en Estados Unidos desde marzo pasado. No podrá, tampoco, acercarse ni a diplomáticos ni a las embajadas.
¿Tendremos en un futuro no lejano, otro expresidente cumpliendo condena en su casa, como Cristina, o en juicio, como Bolsonaro, amarrado su tobillo a una tobillera electrónica? No tenemos bola de cristal ni somos pitonisos, pero tampoco es necesario ni lo uno ni lo otro para sospechar, con fundadas sospechas, que es muy probable que sí, que la justicia de alguno de nuestros países tenga también los pantalones necesarios para “entobillar” a varios de los activos, que se merecen con creces estas maravillosas y poco románticas tobilleras electrónicas.