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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Lo dicen las encuestas, según un artículo del medio digital Q’PASA del 25 de junio de este año. “Presidentes con más desaprobación en Latinoamérica” reseña una realidad preocupante para el continente, envuelto en un clima de incertidumbre ciudadana provocada por la corrupción de sus gobernantes y la inseguridad instalada en cada calle de nuestro zamarreado continente. En Chile, de donde escribo, la realidad supera la ficción que pueda encontrarse en Netflix, con el narco infiltrado hasta en el Ejército y el terrorismo dueño de gran parte del Sur del país.
En esta clasificación de los presidentes peores evaluados, el artículo sitúa al presidente chileno el en quinto lugar, con 55.7?%. Pero en varias encuestas nacionales supera el 60 %. La única mujer del continente ocupa el primer lugar: Dina Boluarte, rechazada por el 75 % de los peruanos. Como lo hemos dicho en otra columna en este mismo medio, varios escándalos, como el de los relojes Rolex, operaciones estéticas y no llamar a elecciones cuando debió hacerlo, la tienen hoy al filo de la navaja. No es de extrañar que en el futuro siga el camino de todos sus antecesores, y termine en la cárcel.
Ya no se trata de ideologías, pues tanto los de derecha como los de izquierda están todos dentro del mismo saco: el de los vapuleados por el pueblo. Luis Arce, el más que complicado presidente boliviano ocupa el segundo lugar de esta poco honorable lista de despreciados por la ciudadanía. Con 72 % de desaprobación, vive como el equilibrista en la cuerda floja, asediado por escándalos de corrupción y las huestes de Morales. Solo un milagro lo mantiene en Palacio Quemado. Por lo menos, Arce es un presidente democráticamente electo.
No como Maduro, el dictador venezolano que se hizo del poder mediante el fraude y la fuerza. Curiosamente, sus niveles de desaprobación, de acuerdo con Q’PASA, alcanzan el 68,5 %. Lo que significa un porcentaje bastante “favorable” considerando los más de siete millones de venezolanos que huyeron de su país y el régimen de hambre y terror en que vive el pueblo. Digamos que este tercer lugar de la lista “honra” al dictador que, debiera, a mi juicio, ocupar el primer lugar por el solo hecho de haberse apoderado del poder, de no ser un presidente votado por la ciudadanía.
Para muchos puede resultar sorprendente que el mejor evaluado de los presidentes latinoamericanos en este ranking sea Javier Milei, con 48,3 % de desaprobación. Evidentemente, los argentinos olvidaron el escándalo de las criptomonedas y valoraron la estabilización de la economía y la baja inflación. Con todo, no debe olvidarse que llegó a la Casa Rosada con una alta votación que fue perdiendo, debido al ajuste económico que ha tenido un alto costo social. Milei es, sin duda, una figura contradictoria desde el punto de vista de la evaluación de su pueblo.
Pero el presidente argentino no es el único que tiene menos del 50 % de desaprobación, lo que dada la realidad siempre tambaleante del continente latinoamericano debe considerarse toda una hazaña. Santiago Peña, el presidente paraguayo es desaprobado “solo” por el 49 %. La gente percibe a Paraguay como un país que no crece, estancado. Y un presidente sin capacidades de liderazgo efectivo para sacar adelante las urgencias sociales, que son muchas. Desde fuera se tiene también la misma percepción.
Gustavo Petro, el presidente colombiano, enfrenta una grave crisis de gobernabilidad. El narco y la guerrilla agobian a los colombianos. Sugerente e iluminador es el titular de Cambio de hoy miércoles 2 de julio: “El mapa de la violencia: así se reparten los territorios los grupos ilegales en Colombia”. Pero Q’PASA considera otros factores: la pérdida de votos de sus partidarios, un discurso que divide en vez de unir, reformas a medio terminar y confrontación con grupos económicos, muy común en mandatarios de izquierda. Petro se sitúa entre Boric y Maduro en este ranking de los peores, con un 59.7?% de desaprobación.
Dado este panorama desolador que ofrecen los gobernantes latinoamericanos a sus respectivos pueblos, es bien poco lo que podemos esperar para avanzar hacia niveles siquiera de precario desarrollo social, económico y cultural.
Pero, como dice el viejo proverbio que le debemos a Pandora y su Caja, la esperanza es lo último que se pierde.