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03 de May del 2025 a las 10:02 -
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Funeral narco en Chile
Los funerales de los narcotraficantes en Chile son un espectáculo digno de Netflix.

(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Claro que deben ser considerados de “alto riesgo” por el Gobierno para que el espectáculo sea de primer nivel, como corresponde a un show televisivo. De “alto riesgo” quiere decir que el muerto es importante, del jet set narco, lo que significa que deben cuidársele sus huesos para que lleguen intactos al camposanto y proteger, por cierto, a sus deudos y amigos de bandas rivales que quieran hacer su agosto con el funeral.

El último de estos espectáculos fúnebres, “topísimo”, con carroza Maserati para realzar el lujo del sepelio y honrar la memoria del célebre personaje, se llevó a cabo el miércoles pasado en Santiago. La televisión fue pródiga en mostrar el funeral rigurosamente acompañado por Carabineros, con vehículos abriendo camino, protegiendo la retaguardia y estratégicamente ubicados durante el trayecto. Un despliegue policial en que los buenos, paradójicamente, se esmeran por asegurar la vida de los malos y los huesos del muerto ilustre.

En cuanto el cortejo avanzaba por las calles de las comunas de Quilicura y Huechuraba, al norte de la capital, en dirección al cementerio Parque Santiago, con la algarabía de un día de fiesta, con globos, fuegos de artificio, gritos (también de los hinchas del club Universidad de Chile que, en dos buses, despedían a uno de los suyos), otros lo hacían en camionetas atiborradas de gente del rubro (me imagino), y en decenas de vehículos, muchos de alta gama, con los cuerpos fuera de las ventanas, vociferando sus cánticos a los cuatro vientos.

Es que Carlos Acevedo Ramírez, el “Guatón Mutema”, narcotraficante de Quilicura, era un tipo querido en su barrio de la Villa Pucará, donde fue asesinado de nueve balazos, luego del término del partido de fútbol entre su club y Palestino, que él vio en un televisor instalado en plena calle, frente a su casa. Su familia lo recuerda como una leyenda y sus vecinos lo consideraban una buena persona, porque los protegía y les solucionaba problemas de dinero. Todo un narco buena onda, protector de la vecindad.

Leyenda, buena onda, protector o lo que fuera, lo cierto es que su funeral alteró la vida de miles y miles de chilenos. Se suspendieron clases en colegios del sector, se cerraron calles, se desvió el tránsito, en cuanto cientos de ciudadanos esperaban en sus vehículos, en autopistas, calles y carreteras, mordiéndose la rabia y la impotencia, el paso de la carroza Maserati y su distinguido muerto. Es que el Gobierno del Presidente Boric ha sentido, desde siempre, especial afecto por el delincuente, independiente de su rango socio-delictivo.

¿No debieran estos funerales de delincuentes peligrosos que, incluso muertos son un peligro para la sociedad, ser enterrados en un horario que no perturbe el normal funcionamiento de la ciudad? ¿Por qué no a la cinco de la mañana, por ejemplo? En fin, me comentaba resignado un amigo. Lo que pasa es que en Chile se ha institucionalizado la violencia y el narcotráfico es una actividad lucrativa, poderosa y violenta, que se ha instalado con camas y petacas en barrios enteros, transformándolos en sus centros de operación.

Espero que en estos meses que le quedan a este Gobierno, no muera ningún narco más considerado de “alto riesgo”, porque capaz que el Presidente Boric decrete tres días de duelo nacional y continuemos siendo los payasos planetarios. Después de todo, como se sabe, ahora le anda sacando la lengua a los presidentes, como lo hizo con Lula da Silva.

Por lo menos nosotros, los chilenos, a diferencia de Zavalita, el personaje de Conversación en la Catedral, que se preguntaba cuándo se jodió el Perú, sí sabemos cuándo se jodió Chile.

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