
En un rincón perdido del universo, sobre un planeta cubierto de cenizas, vivía un ave tan antigua como las estrellas, El Fénix.
Su cuerpo era fuego apagado, y sus alas, antaño doradas, ahora colgaba como cenizas en el viento.
El Fénix esperaba, no sabía cuanto tiempo había pasado desde que las llamas lo abandonaron. Sólo recordaba que el renacer llegaba siempre con un propósito, pero esta vez, el propósito parecía haberlo olvidado.
Una noche, mientras las lunas llenaban el cielo de luz plateada el Fénix comenzó a recordar "Renazco del fuego, pero el fuego no es mío, es el reflejo de los corazones que aun creen en el cambio, en la esperanza, en el amor".
Sin esos corazones, el Fénix no podía arder. El tiempo pasó y el planeta silencioso, parecía escuchar su pena. El Fénix caminaba entre las cenizas, buscando una chispa, una señal de que algo más podía vivir allí. Pero no había nada, ni flores, ni vida, ni sueños, sólo silencio y sombras.
En ese instante, las llamas lo envolvieron. Ardió con fuerza, y las cenizas que cubrían el planeta comenzaron a moverse, al elevarse como polvo dorado. El fuego del Fénix iluminó los cielos y el planeta, antes muerto, ceno a transformarse.
Donde caía una chispa, nacía una flor. Donde llegaba su calor, despertaba la vida. Cuando el fuego se extinguió, el Fénix estaba más ardiente que nunca, con plumas que brillaban como el sol. Y alzando el vuelo, dejó una última enseñanza grabada en la tierra: "El renacer no es el fin de las cenizas, sino el comienzo del fuego.