(escribe prof. Alejandro Carreño T.) La diplomacia es una actividad de mucho realce y bienestar para quienes la ejercen. Todo pagado, onerosamente, con la plata de los contribuyentes: viajes, auto con chofer, educación en colegios internacionales para sus hijos, dinero y cultura. Prebendas por doquier. Se supone que son gente de oficio, que conoce los recovecos de la profesión diplomática. Se supone nomás. Chile, por ejemplo, tiene varios embajadores que lo son por el solo hecho de ser amigos de Su Excelencia, como el de Brasil, el de España, el de México y otros gozando de la vida en otros lugares del mundo.
Pero si estos representantes privilegiados de los países requieren de atributos relevantes para ejercer la diplomacia, los presidentes, responsables de sus actos y de los suyos propios, debieran soslayar sus diferencias personales privilegiando los intereses del país. Chile y Argentina han tenido una historia en común, para bien o para mal, desde su nacimiento. Han caminado juntos, a pesar de la cordillera majestuosa que los separa, a veces tropezándose, otras veces tomados de la mano como en las rondas infantiles de Gabriela Mistral.
Se han jurado amor eterno y odio eterno, como todos los países, sobre todo aquellos que comparten fronteras, más aún tan extensas como las que ellos comparten. Hace cuarenta años, la guerra se paseó por los cielos de Chile y Argentina. La soberanía de las islas al sur del Canal Beagle fueron las responsables del potencial conflicto bélico que ardía a fines de 1978. Pero el 29 de noviembre de 1984 los gobiernos de Raúl Alfonsín y Augusto Pinochet firmaron el Tratado de Paz y Amistad en la Ciudad del Vaticano, que terminó con el conflicto territorial.
Para conmemorar los cuarenta años de la firma del Tratado, se esperaba que se reunieran los presidentes Boric y Milei, para darle realce a la fecha que no solo puso fin al conflicto, sino que fijó, además, las bases de cooperación entre ambos países que, a pesar de los altos y bajos de sus relaciones en estos cuarenta años, han funcionado y mantenido la paz. Pero no habrá encuentro entre ellos. Es que tienen problemas de “agenda”. ¿De dónde surgió la idea de la “agenda problemática”? No se sabe si de Chile o de Argentina.
Lo cierto, la verdad de la milanesa, como decimos en Chile, es que ambos mandatarios no se soportan. Las antípodas ideológicas que los separan los obnubilan y no les sacuden las odiosidades que se profesan mutuamente. Ambos mandatarios anteponen sus gustitos personales, sus ideologías políticas, por sobre el bien común que significan las buenas relaciones entre ambos países. Tanto a Boric como a Milei les sobra soberbia y vanidad, pero les falta inteligencia y sentido común para enfrentar en conjunto lo que deben enfrentar por el bien de sus países.
La hipocresía de la “agenda problemática” no resiste, por lo mismo, el más mínimo análisis. Es que les falta ser diplomáticamente hipócritas.