(escribre prof. Alejandro Carreño T.) Uno de los propósitos de Donald Trump apenas llegue a la Casa Blanca, será detener la expansión de China en América Latina. Expansión que el presidente chino Xi Jinping, con esa sagacidad propia que lo caracteriza, declaró: “Obstruir la cooperación económica es dar marcha atrás en la historia”, frase con que el tradicional diario peruano El Comercio, titula la portada de su edición sabatina del 16 de noviembre pasado, día del cierre de la APEC. Sin duda que el mensaje, con veneno incluido, tiene un destinario directo: el presidente electo, Donald Trump.
Sabido es que el presidente electo que en dos meses más dejará de serlo, para asumir los destinos de Estados Unidos, es un proteccionista al que no le incomoda amenazar la economía mundial en tanto su país “no sufra las consecuencias”, sobre todo la economía de su competidor directo que no es otro que China que, gobernado por buenos comunistas capitalistas, amantes del libre mercado, ha invadido el mundo con sus productos, algunos “buenos, bonitos y baratos”. Las tres famosas “B” que tanto le gusta al consumidor.
Los Estados Unidos hace tiempo que abandonaron América Latina, preocupados como siempre de Europa y especialmente del Medio Oriente. China, sin embargo, con esa paciencia oriental, ordenada y programada, fue adentrándose cansinamente en los mercados latinoamericanos y hablando con Pedro, Juan y Diego, sin importarle el color político, ni de la piel ni menos la religión. Para China, todas las ideologías y colores son buenos para hacer negocios y expandir su imperio. Milei y Maduro; Lula y Dina Boluarte. Todos son buenos y con todos son importantes las relaciones diplomáticas.
Trump debiera aprender de los chinos. Despojarse, en primer lugar, de su animosidad ideológica con altas dosis de soberbia y arrogancia. Está bien que quiera proteger los intereses de su país, porque es la conditio sine qua non de todo gobernante. Un ejemplo que muchos debieran imitar. Pero está mal que piense que los Estados Unidos “son el mundo”, porque no lo son. Porque no puede ningún país vivir aislado en un mundo que es por antonomasia dependiente el uno de los otros. Más aún, cuando la realidad histórica hace tiempo que dejó de ser solo ellos y Rusia, como antaño lo fueron ellos y la Unión Soviética.
Los tiempos mudaron, la historia también. Nuevas e insospechadas potencias y poderosos mercados han surgido desde entonces. Pero Donald Trump no muda nada. Está obnubilado. Está empeñado, como dice Xi Jinping en “obstruir la cooperación económica”. Trump es un caso raro de involución histórica y económica en un país que ha sido ejemplo, justamente, de progreso histórico y económico. No comprende, o no quiere comprender, que el proteccionismo per se solo conduce al aislamiento, al ostracismo, en un planteamiento geopolítico que marcha desde hace tiempo en la dirección contraria.
Es cierto que los chinos no son los ángeles de la guarda ni los salvadores del mundo. Lejos están de serlo. Pero, por lo menos, y a pesar de todos los desequilibrios económicos que consiguen con sus acuerdos comerciales, siempre aplicando la ley del embudo, “lo anchito para mí, lo angostito para ti”, promueven una economía que circula y genera beneficios para las economías en desarrollo como las de esta América Latina siempre mendicante de todo.
¿Cómo van a encarar nuestros gobernantes las amenazas de Trump? Varios no gozan de las simpatías ni de él ni de Rubio, su escudero que tiene el ojo puesto en Díaz-Canel, Maduro, Ortega, Arce, Boric y Petro. Ninguno de ellos, y es cierto, forma parte de lo que sería la MAGA latinoamericana, el acrónimo de “Make America Great Again”. Chile, por ejemplo, caminaba para ser grande. Boric lo destruyó y tendrá que llegar alguien que “Make Chile Great Again”. Pero a Cuba, Venezuela y Nicaragua, solo Dios los salva.
¿Cómo van a reaccionar estos mandatarios cuando Trump, que no perdona ni olvida, comience la caza de brujas? ¿Caerán, como nunca, a los brazos del chino Morfeo? Es verdad que no acosa con las odiosas tonteras de Trump, pero no menos verdad es que sí va apoderándose, al estilo oriental, de nuestros recursos naturales y dejándonos algunas migajas para nuestro sustento.