(escribe Sergio Pérez) En un mundo dominado por la hiperconexión y el acceso inagotable a la información, surge una pregunta inevitable: ¿Nos estamos volviendo indiferentes? Los últimos comicios en Uruguay, a pesar de la obligatoriedad del voto, han estado marcados por la apatía y la falta de entusiasmo de muchos votantes. Escuchar frases como “ir a votar da pereza” se ha vuelto cada vez más común, reflejando un desinterés que, si se normaliza, podría llevarnos hacia un ostracismo en el que la participación se reduzca a unos pocos, amenazando los cimientos de nuestra democracia.
La disminución de la participación política y cultural
Esta misma indiferencia parece extenderse a otros ámbitos de la vida pública. Las presentaciones de libros, disertaciones y espectáculos culturales que antes movilizaban a la comunidad hoy enfrentan una asistencia reducida. Estos espacios, que solían ser lugares vibrantes de intercambio y construcción de ideas, se ven ahora afectados por una aparente falta de compromiso colectivo. ¿Qué ha cambiado en nuestra relación con la cultura y la participación cívica?
La pandemia, con sus restricciones y confinamientos, nos enseñó a valorar el espacio personal, pero también nos acostumbró a una vida virtual que, si bien facilitó el acceso a contenido digital, nos volvió espectadores de la realidad en lugar de protagonistas. Nos hemos habituado a interactuar desde la comodidad de una pantalla, donde las conexiones son más fáciles, pero quizás menos profundas.
El predominio de la tecnología: ¿comodidad o desconexión?
El acceso inmediato a cualquier contenido a través de dispositivos móviles ha creado una barrera invisible entre nosotros y el mundo tangible. Las aplicaciones y redes sociales nos ofrecen la ilusión de una vida plena, cargada de experiencias virtuales, pero esta satisfacción superficial parece estar reemplazando el compromiso real. Asistir a un evento cultural en vivo o participar activamente en una comunidad requiere un esfuerzo que cada vez menos personas están dispuestas a realizar.
Además, la digitalización y la algoritmización de nuestros intereses parecen estar configurando un nuevo tipo de aislamiento: cada persona queda atrapada en su burbuja, sin necesidad de exponerse a ideas o experiencias colectivas diferentes. Este fenómeno erosiona el ejercicio ciudadano y debilita los lazos de una cultura compartida.
¿Hacia dónde vamos?
Tal vez no estemos ante un simple fenómeno de indiferencia, sino ante una transformación profunda en la manera de vivir la participación. La tecnología, la pandemia y el creciente individualismo están redefiniendo nuestras prioridades y el modo en que nos relacionamos con nuestro entorno. Sin embargo, es importante reconocer las implicaciones de esta desconexión: una sociedad menos participativa es una sociedad menos crítica, menos solidaria y, en última instancia, menos humana.
¿Podremos revertir esta tendencia?