(escribe Sergio Pérez) Hablar de identidad en Uruguay es un ejercicio que invita a la introspección profunda. Este país, joven en términos históricos, está aún en proceso de definir quién es, cómo se proyecta al mundo y qué elementos forman su esencia cultural. Para Danilo Antón, geógrafo, autor y viajero, la identidad uruguaya es un rompecabezas que ha dedicado su vida a desentrañar. En su obra Uruguay Pirí, Antón nos desafía a preguntarnos: ¿qué significa ser uruguayo en un mundo donde las fronteras se diluyen y las culturas tienden a la homogeneización? A lo largo de esta entrevista, Antón comparte sus experiencias como un hombre que ha recorrido más de 80 países, dialogado con comunidades indígenas y absorbido la sabiduría ancestral de diversas culturas, todo con un único objetivo: comprender mejor su país y su lugar en el mundo.
La construcción de la identidad uruguaya
En su obra Uruguay Pirí, Danilo Antón nos propone una reflexión clave sobre la construcción de la identidad uruguaya. Para él, la identidad no es algo fijo ni inmutable, sino una construcción dinámica que se va moldeando con el tiempo y las experiencias colectivas. “La identidad uruguaya está en constante transformación”, explica Antón, subrayando que los cambios culturales, sociales e históricos que han atravesado nuestro país son los que configuran el Uruguay de hoy. Sin embargo, su preocupación es clara: en un mundo globalizado, esa identidad corre el riesgo de perder sus particularidades.
Antón menciona que uno de los aspectos más importantes de esta construcción identitaria es el vínculo emocional con el país, que muchas veces solo se refuerza cuando uno está lejos. “El pago tira”, dice, señalando que a pesar de haber viajado por todo el mundo, siempre siente la necesidad de regresar a Uruguay. Esta idea de que las raíces nos marcan indeleblemente es central en su análisis sobre la identidad uruguaya. “Hay algo en la tierra de la niñez, de la juventud, que te sigue acompañando donde sea que estés. Por más que viajes, el alma está anclada en ese lugar de origen”, añade.
Este vínculo emocional no es exclusivo de Uruguay, pero Antón lo utiliza como una clave para entender cómo se construye la identidad en un país joven, que aún busca definirse. “Uruguay es un país que, en términos históricos, tiene poco tiempo. Nacimos hace apenas 200 años, y estamos en un proceso de búsqueda permanente. Esa búsqueda es, en sí misma, parte de nuestra identidad”, comenta.
En cuanto a la presencia indígena en Uruguay, uno de los temas centrales de su libro, Antón sostiene que ha sido ignorada en muchos aspectos. Según él, el legado indígena es un componente fundamental para entender quiénes somos, aunque muchas veces ha sido minimizado o incluso negado. “En Uruguay hay una especie de autoflagelación cuando se trata de reconocer nuestro pasado indígena”, lamenta Antón. “Es como si nos costara aceptar que hay rastros de esa cultura en nuestra sociedad actual, aunque estén ahí, aunque sean más sutiles”.
El impacto de los viajes
Antón ha viajado por más de 80 países, y esas experiencias han sido fundamentales para moldear su visión del mundo y de su propio país. En su diálogo con comunidades indígenas de la Amazonia venezolana, por ejemplo, pudo observar cómo estas culturas han logrado preservar su identidad a lo largo de siglos, a pesar de la influencia de la modernidad. “En la Amazonia trabajé con 19 etnias distintas, y fue una experiencia transformadora. Pude ver cómo estas comunidades mantienen vivas sus tradiciones, y eso me hizo reflexionar mucho sobre lo que significa la identidad en un mundo tan cambiante”, relata Antón.
Pero quizás uno de los ejemplos más fascinantes que menciona Antón en la entrevista es su experiencia en China, donde quedó asombrado por el manejo del agua en las montañas del sur. “En el sur de China, vi algo que me pareció imposible: cultivaban arroz en terrazas en terrenos que, a simple vista, parecían impracticables. Pero los chinos han dominado la técnica del manejo del agua durante siglos. El agua fluye por las montañas, llega a lagos artificiales, donde crían peces, y todo eso coexiste en un ecosistema perfectamente controlado”, explica. Para Antón, esta experiencia no solo refleja la sabiduría de los pueblos ancestrales, sino que también plantea preguntas importantes sobre cómo los uruguayos manejamos nuestros propios recursos.
“Nosotros, en Occidente, tenemos mucho que aprender de estas culturas. Ellos han logrado preservar su entorno durante siglos, mientras que nosotros, con la agricultura intensiva, hemos destruido muchas de nuestras tierras. El caso de los romanos es un ejemplo claro: ellos erosionaron los suelos del Mediterráneo porque no comprendieron cómo manejar los recursos de manera sostenible. En cambio, los chinos han cultivado arroz en las montañas durante miles de años sin destruir el suelo”, comenta Antón. Esta comparación entre la sostenibilidad de culturas ancestrales y las prácticas destructivas del mundo moderno invita a una reflexión profunda sobre cómo Uruguay puede aprender de otros países para manejar mejor sus recursos naturales.
La música como esencia de la identidad uruguaya
Para Antón, la música es una de las formas más poderosas de identidad cultural. “La música es una expresión pura de la identidad de un pueblo”, asegura. En Uruguay, la música ha jugado un papel central en la construcción de nuestra identidad colectiva, desde los ritmos afrodescendientes que influyeron en el tango hasta el candombe, que sigue siendo una manifestación viva de nuestras raíces. “El tango, por ejemplo, no nació en Buenos Aires, como muchos piensan, sino en Montevideo. Fue aquí donde las ceremonias religiosas de los afrodescendientes dieron origen a los primeros ritmos que más tarde evolucionaron en lo que hoy conocemos como tango”, afirma.
Antón se emociona al hablar de cómo la música conecta a las personas con su historia y su cultura. “Cuando escucho a un conjunto de mariachis en México o una canción de Osiris Rodríguez Castillos, siento lo mismo. Aunque no sea lo mismo en términos culturales, en ese momento la música pasa a ser lo mío porque la entiendo y la siento”, dice, destacando el poder unificador de la música como lenguaje universal.
El papel de la música en la construcción de la identidad uruguaya no puede ser subestimado, según Antón. Para él, el candombe, la murga y el tango no son solo géneros musicales, sino expresiones vivas de la historia y la cultura de nuestro país. “La música tiene una capacidad única para transmitir emociones, para conectar generaciones y para mantener vivas las tradiciones. En Uruguay, eso es especialmente cierto. Nuestros ritmos han sobrevivido a través de los años y han evolucionado, pero siempre han conservado esa esencia de lo que significa ser uruguayo”, concluye.
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Sergio Pérez (SP): Danilo, ha viajado por más de 80 países. ¿Qué lecciones ha aprendido en esos viajes que haya podido aplicar en su comprensión de Uruguay?
Danilo Antón (DA): Mis viajes me han permitido ver mi propio país con ojos nuevos. Hay una frase que se repite mucho entre quienes viajan: “Conoces mejor tu propio país cuando te alejas de él”. Y es cierto. En mi caso, trabajar con comunidades indígenas en la Amazonia, por ejemplo, me hizo reflexionar sobre cómo estas culturas han sabido mantener su identidad a lo largo de los siglos, a pesar de todas las influencias externas. En Uruguay, tenemos una tendencia a minimizar el impacto de nuestra herencia indígena, pero eso no significa que no esté ahí. Hay rastros, vestigios culturales, que a menudo ignoramos porque nos cuesta aceptar esa parte de nuestra historia. Yo creo que tenemos mucho que aprender de esas culturas ancestrales, que han sabido preservar su esencia a lo largo del tiempo.
En cuanto a mi experiencia en China, diría que fue un verdadero despertar. Ellos tienen una cultura milenaria en la que el manejo de los recursos naturales, especialmente el agua, es clave. Estuve en el sur de China, donde vi cómo cultivaban arroz en terrazas en las montañas, algo que parecía imposible. Pero lo han hecho durante siglos, manteniendo un equilibrio perfecto entre el cultivo, los lagos artificiales donde crían peces y el manejo del agua. Eso me hizo pensar en cómo manejamos nuestros recursos en Uruguay. Creo que hay muchas lecciones que podemos aprender de otras culturas en términos de sostenibilidad y preservación del medio ambiente. En Occidente hemos adoptado una forma de explotación que muchas veces destruye más de lo que construye, y eso es algo que debemos revisar.
SP: En su libro Uruguay Pirí usted explora la identidad uruguaya. ¿Por qué cree que este tema es tan relevante en la actualidad?
DA: La identidad es siempre un tema relevante, pero en estos tiempos de globalización es aún más importante. Estamos viviendo en una época en la que las culturas tienden a homogenizarse. Estamos viviendo en una época en la que las culturas tienden a homogenizarse, y eso genera una presión enorme sobre las identidades locales. Uruguay, al ser un país pequeño y relativamente joven, está en pleno proceso de definir su identidad, pero ese proceso nunca está exento de desafíos. En muchos casos, nos enfrentamos a la tentación de abandonar lo propio para adoptar lo global, lo que parece más moderno o avanzado. Pero, ¿qué pasa si nos dejamos llevar por esa corriente? Corremos el riesgo de perder lo que nos hace únicos como país y como cultura. Nuestra identidad no puede ser vista como algo estático; está en constante construcción, pero debe estar basada en nuestras raíces, en nuestra historia y en nuestras tradiciones. Eso es lo que trato de explorar en Uruguay Pirí.
En el libro, hablo de la idea de que somos una nación en busca de sí misma. Tenemos apenas 200 años como país independiente, y en ese sentido, seguimos siendo muy jóvenes. Pero esa juventud no es excusa para no profundizar en quiénes somos y en qué nos diferencia del resto del mundo. Para mí, la identidad uruguaya es una mezcla fascinante de influencias: desde las raíces indígenas, aunque menos visibles, hasta la enorme influencia europea y africana. Es una identidad rica, pero a veces la damos por sentada o la subestimamos.
SP: Mencionó que en Uruguay hay una especie de negación o minimización de la herencia indígena. ¿Podrías profundizar en cómo ves ese fenómeno y por qué cree que ocurre?
DA: Sí, es algo que he notado a lo largo de los años, y es una cuestión que me preocupa profundamente. En Uruguay, a diferencia de otros países de América Latina, la presencia indígena parece ser menos evidente. No tenemos comunidades indígenas reconocidas como en Bolivia, Perú o México, por ejemplo. Pero eso no significa que no haya una influencia indígena en nuestra cultura y en nuestra historia. Lo que ocurre es que hemos sido muy rápidos en eliminar o negar esa parte de nuestro pasado.
Tomo como ejemplo los túmulos de piedras que menciono en el libro, los que se encuentran cerca de Minas. Estos túmulos podrían ser antiguos cementerios indígenas, pero cuando se trata de reconocer eso, hay una resistencia enorme. Muchas veces, se prefiere atribuir estos vestigios a explicaciones más "europeas", como que fueron construidos por colonos vascos para otros fines, lo cual en mi opinión es una forma de negar la posibilidad de una presencia indígena significativa en nuestro territorio.
¿Por qué ocurre esto? Creo que hay una mezcla de factores. Por un lado, existe una tendencia a idealizar nuestras raíces europeas, lo cual tiene sentido, ya que la inmigración europea ha sido muy influyente en la conformación de nuestra sociedad. Pero al mismo tiempo, esa idealización puede llevarnos a ignorar otras partes de nuestra historia que no encajan en esa narrativa. También está el hecho de que muchos vestigios de las culturas indígenas en Uruguay han sido borrados por el tiempo, por la colonización y por las dinámicas sociales de las últimas centurias. Sin embargo, no debemos permitir que eso nos impida reconocer lo que sí queda, lo que sí está presente en nuestra cultura.
SP: En su opinión, ¿cómo influye la música en la construcción de la identidad uruguaya?
DA: La música tiene un papel fundamental en la construcción de la identidad, no solo en Uruguay, sino en cualquier cultura. La música es una de las formas más poderosas de expresión cultural porque habla directamente a las emociones, a la historia, a las tradiciones de un pueblo. En Uruguay, tenemos una diversidad musical que refleja nuestra historia y nuestras raíces multiculturales. El tango, el candombe, la murga… son expresiones que no surgieron de la nada, sino que son el resultado de siglos de intercambio cultural entre diferentes grupos que llegaron o se formaron en el Río de la Plata.
Tomo el ejemplo del tango, que es quizás el género más conocido internacionalmente. Muchos asocian el tango exclusivamente con Buenos Aires, pero la verdad es que su origen es compartido entre Montevideo y Buenos Aires. Las ceremonias religiosas afrodescendientes que se realizaban en Montevideo a principios del siglo XIX jugaron un papel crucial en el desarrollo de los ritmos que luego se transformaron en el tango. Montevideo fue una ciudad donde la población afrodescendiente tuvo una gran influencia cultural, y eso es algo que a menudo se olvida o se minimiza en la narrativa tradicional del tango.
Pero el candombe es, tal vez, la manifestación más clara de esa influencia africana en nuestra identidad. El sonido de los tambores, el ritmo, la energía de las llamadas… todo eso forma parte de lo que significa ser uruguayo. El candombe no es solo música, es una expresión cultural que refleja las luchas, las alegrías y la historia de un pueblo que ha sido fundamental en la formación de nuestra sociedad. A veces no somos conscientes de la importancia de estos ritmos en nuestra vida diaria, pero basta con escuchar los tambores en una tarde de carnaval para darse cuenta de que esa música es parte de nosotros, es parte de nuestra identidad.
La murga es otro ejemplo fascinante. Surgió en Montevideo como una forma de expresión popular, y ha evolucionado hasta convertirse en una parte integral de nuestro carnaval. Lo que me parece más interesante de la murga es cómo combina la música con la crítica social, algo que está enraizado en una tradición que se remonta a la antigua Grecia, donde el teatro y la música eran herramientas para cuestionar y satirizar a los poderosos. En ese sentido, la murga no solo es entretenimiento; es también una forma de resistencia cultural.
La música, en sus diversas formas, nos conecta con nuestro pasado y nos ayuda a construir una identidad compartida. No importa si es tango, candombe o murga, lo que importa es que esas formas de expresión musical son parte de lo que somos. Para mí, esa búsqueda de la identidad es crucial, porque no podemos definir hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos. Y ahí es donde entra en juego la historia, el patrimonio cultural, las influencias que han marcado nuestro territorio. En Uruguay, a menudo pasamos por alto nuestra herencia indígena, como mencioné antes, pero también nos cuesta reconocer otras influencias que han sido esenciales para la construcción de nuestra identidad. Pienso, por ejemplo, en la influencia africana, que no solo se manifiesta en el candombe, sino también en otros aspectos de nuestra vida cotidiana. Estas influencias son parte de lo que somos, y debemos integrarlas de manera consciente en nuestro relato identitario.
La globalización no es algo negativo per se, pero creo que debemos aprender a manejarla con equilibrio. No podemos permitir que nos borre, que nos diluya. Es fundamental que, como país, conservemos lo que nos hace únicos, y eso incluye nuestras tradiciones, nuestra música, nuestras formas de vida. No es cuestión de aferrarse al pasado por nostalgia, sino de comprender que nuestras raíces son la base sobre la cual podemos construir un futuro sólido y coherente con nuestra identidad.
Danilo Antón nos invita a reflexionar profundamente sobre el proceso continuo de construcción de la identidad uruguaya, destacando cómo las experiencias vividas fuera de nuestras fronteras pueden ayudarnos a ver con mayor claridad quiénes somos y qué debemos preservar. Sus observaciones sobre la sostenibilidad, el patrimonio cultural y la música uruguaya nos brindan una perspectiva rica y matizada sobre lo que significa ser uruguayo en un mundo donde las culturas se enfrentan a la amenaza de la homogeneización.
En un momento en que las identidades locales están más en riesgo que nunca de ser absorbidas por la globalización, las palabras de Antón nos recuerdan que la identidad no es algo que podamos dar por sentado. Es algo que debe ser cultivado, preservado y defendido con orgullo. Solo a través de un profundo reconocimiento de nuestras raíces podremos construir un futuro que respete y valore lo que nos hace únicos.
Para Antón, la identidad uruguaya está en constante evolución, pero debe estar siempre anclada en el respeto por nuestras tradiciones y en el entendimiento de nuestra historia. Este viaje hacia la comprensión de quiénes somos es un desafío permanente, pero también es una oportunidad para seguir construyendo un país que sepa proyectarse al mundo sin perder su esencia.