(escribe prof. Alejandro Carreño T.) El fraude electoral de las elecciones venezolanas, la mayor función circense montada por Nicolás Maduro para engañar a su pueblo y a la comunidad internacional, llegó a su fin como Maduro lo esperaba, con el “reconocimiento legal” que lo instala en el Palacio de Miraflores hasta el año 2031. Para ello era necesario el pronunciamiento del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) presidido por Caryslia Rodríguez, activa militante del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), socialista, anticapitalista y antiimperialista. Rodríguez es, además, presidenta de la Sala Electoral en el Tribunal,
Como es de suponer, el TSJ es la mejor versión de lo que se entiende como parodia de justicia. Y doña Caryslia, la presidenta de esta chacota llamada Tribunal Supremos de Justicia, le puso la nariz de payaso que le faltaba al circo, y anunció que había recibido del Consejo Nacional Electoral (CNE), la careta del payaso del circo, el resultado de las actas de las elecciones que había investigado. Por supuesto, la Sala Electoral del Tribunal calificó de forma inobjetable el material entregado por la careta del circo, es decir, el Consejo Nacional Electoral.
Y para que a esta comedia circense nada la faltara, doña Caryslia aludió a un informe elaborado por expertos venezolanos e internacionales que nadie sabe quiénes son, pero sí que son “altamente calificados e idóneos”, lo que reafirmó su decisión de declarar a Nicolás Maduro como el vencedor de las elecciones. Toda dictadura es inmunda en su proceder, pero cuando ella quiere vestirse con ropajes propios de la decencia democrática, desprende su purulento cinismo. La dictadura venezolana es vomitiva.
Pero el pueblo venezolano no está dispuesto a dejarse avasallar, esta vez, por el miedo que impone el régimen. Edmundo González Urrutia, el legítimo vencedor de estas elecciones, advirtió a ese remedo de justicia que es el TSJ, que “ninguna sentencia sustituirá la soberanía popular”. Los demócratas que no creemos ni en dictadores ni en dictaduras, de la naturaleza que sean, esperamos que el pueblo venezolano pueda vivir algún día en paz, bajo un régimen que respete su condición de ser, en primer lugar, libres y soberanos.
Los venezolanos, dijo González, “no estamos dispuestos a renunciar a nuestra libertad ni a nuestro derecho a cambiar en paz para vivir mejor”.
El mundo democrático, de hombres libres, espera que así sea.