La resistencia a los allanamientos nocturnos no es más que una muestra de la incapacidad del Frente Amplio para adaptarse a la realidad de un país que demanda acción y no excusas.
Carolina Cosse, en su habitual tono alarmista, ha salido a decir que los allanamientos nocturnos son una amenaza porque, según ella, “está demostrado” que tienen un margen de error del 10%. Esta cifra parece haber sido sacada de la nada, ya que no se ha visto un solo estudio serio que respalde semejante afirmación. Pero lo más risible de su postura es la insinuación de que los errores policiales son exclusivos de la noche. ¿Acaso Cosse cree que los policías uruguayos, como si fueran vampiros, pierden toda su capacidad de discernimiento en cuanto se pone el sol? ¿De verdad hay alguien dispuesto a creer que el Uruguay del siglo XXI, con todas las herramientas tecnológicas y legales a su disposición, la policía no puede realizar allanamientos de manera efectiva y precisa en la noche? El argumento es tan endeble que raya en lo ridículo.
Yamandú Orsi, por su parte, tampoco se queda atrás en el festival de excusas y razonamientos sin fundamento. En línea con su nuevo asesor en seguridad, el ex fiscal Díaz, Orsi ha insinuado que la propuesta de habilitar allanamientos nocturnos no es más que una estrategia electoral del gobierno. Este argumento, al igual que el de su compañera de fórmula, es tan superficial que resulta difícil de tomar en serio. ¿Qué candidato en su sano juicio rechazaría una medida tan útil y necesaria simplemente porque podría ser vista como “oportunista”? Si Orsi realmente cree que mejorar la seguridad es una cuestión de “rédito electoral”, quizás debería reconsiderar su candidatura, ya que parece más preocupado por la percepción que por la protección de los ciudadanos.
Pero lo más decepcionante de la postura de Orsi es su falta de propuestas concretas. Afirma que la seguridad debe ser abordada “globalmente” y que los allanamientos nocturnos no resolverán el problema por sí solos. Hasta aquí, nada que objetar. Sin embargo, se queda en palabras vacías y no ofrece ninguna solución alternativa que pueda ser debatida seriamente. Por el contrario, hace agua cuando se lo consulta sobre aspectos de su propio programa, donde se propone desarmar a los honestos y liberar presos. En lugar de elevar el nivel de la discusión, como él mismo dice, lo que hace es evadirla.
Frente a estos endebles argumentos, hay que señalar que la prohibición de los allanamientos nocturnos es una reliquia del siglo XIX, que responde a condiciones que ya no existen, como la falta de luz eléctrica. El candidato colorado ha dejado claro que esta restricción no solo es anacrónica, sino también peligrosa, ya que limita las capacidades operativas de las fuerzas de seguridad en un momento crítico para el país.
Se desmonta con facilidad el temor infundado de que los allanamientos nocturnos podrían ser usados para fines represivos, argumentando que el verdadero garante de los derechos ciudadanos no es el momento del día en que se realiza el allanamiento, sino la existencia de una orden judicial clara y bien fundamentada. De hecho, lo que asusta no es la noche, sino la ignorancia que demuestran quienes se aferran a prohibiciones obsoletas sin comprender las verdaderas necesidades de seguridad de la población.
Es risible que, en pleno siglo XXI, mientras el resto del mundo avanza hacia estrategias de seguridad más eficientes y adaptadas a la realidad del crimen moderno, algunos prefieran quedarse en una zona de confort ideológica, invocando fantasmas del pasado, como la dictadura, o excusas sin base científica. Lo cierto es que los allanamientos nocturnos, bien regulados y aplicados con el respaldo de una orden judicial, son una herramienta necesaria que nuestro país no puede darse el lujo de rechazar