(Escribe prof. Alejandro Carreño T.) Se espera de un canciller que sea serio. Que sus declaraciones reflejen, por lo menos, niveles normales de decoro y respeto por la comunidad internacional. Después de todo, es el representante de su país ante el mundo, Y se mueven al ritmo de la política internacional, atentos a los vaivenes del diario acontecer que viven las naciones, sobre todo en su relación con la suya. Se supone que, groso modo, velan por la paz y armonía de las relaciones entre su país y los otros con los que comparten relaciones diplomáticas.
Al final de cuentas, en eso consiste la diplomacia, como reza la segunda definición de la RAE: "Conjunto de los procedimientos que regulan las relaciones entre los Estados". Pero, como en todo orden de cosas, siempre hay excepciones. Y en diplomacia suelen abundar. Una de estas excepciones la representa el canciller de Venezuela, Yvan Gil. En todo caso su excepcionalidad diplomática no es más que la puesta en escena de Nicolás Maduro, un personaje que encuentra en su cómic Súper Bigote, la mejor ilustración de la metáfora al culto de la personalidad y la zoncera.
Yvan Gil declaró sin pestañear que el Tren de Aragua no existe, que es una invención, una ficción creada por los medios internacionales. Es una etiqueta, dijo, para denigrar al pueblo venezolano y a su gobierno. Y le sugirió a La Moneda que actuara con profesionalismo frente al crimen organizado: "Les invitamos a desechar el relato impuesto por los grandes medios y asumir el combate al crimen de manera profesional". Un personaje grotesco este canciller; es decir, como se lee en la RAE, "ridículo, extravagante, grosero y de mal gusto". Caricaturesco, en una palabra.
Ciertamente, no es con este discurso de mal gusto que se construyen las relaciones diplomáticas. Se tiene la impresión, sin embargo, de que Venezuela funciona al ritmo de una cadena de caricaturas en la que Súper Bigote mueve los hilos de sus títeres, para que cada uno juegue la invención que le corresponde en su mundo de ficción. Sí, porque todo en el universo bolivariano parece una ficción. No por nada Nicolás Maduro conversa con el difunto Chávez, a través de un "pajarico" que le sirve de intermediario.
No debe extrañar, por eso, que Yvan Gil parezca más la caricatura de un canciller que un canciller. Y el Tren de Aragua no sea más que un invento de los medios internacionales, un juguete caricaturesco que el mundo utiliza para "denigrar a los venezolanos". Todo es una invención para Gil, así como el "modelo exitoso" del régimen de Maduro que tanta "paz y tranquilidad le ha dado a su pueblo. "Modelo exitoso" que generosamente pone al servicio de las autoridades chilenas. La metáfora del culto a la personalidad y la zoncera en acción:
"El presidente Nicolás Maduro ha manifestado toda su voluntad de apoyarles, esto en base a la experiencia en garantizar la paz interna, seguridad y tranquilidad de la sociedad venezolana, colocando a disposición todos los avances de nuestro modelo exitoso cuando así lo requiera el gobierno chileno". Ignoraba que los venezolanos vivían en un país donde reina "la paz interna, la seguridad y la tranquilidad de la sociedad". De este país de fantasía han huido siete millones de venezolanos. ¡Qué tontos que son y qué ciegos están!
Francamente el canciller Yvan Gil no solo es un personaje caricaturesco, sino también cínico, con toda la carga semántica del término: "Que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas".
¡Qué pena que las relaciones diplomáticas latinoamericanas, muchas veces estén en manos de personajes esperpénticos!