(escribe Sergio Pérez) En un contexto cultural donde frecuentemente se celebra la mediocridad y los auténticos talentos son opacados, la creciente consagración de lo mediocre agudiza nuestro sentido crítico, reflejando de manera elocuente las disonancias de nuestra época. Esta expresión nos lleva a un análisis profundo del fenómeno actual de exaltación desmedida de ineptos en diversos ámbitos de la cultura, quienes, de manera sorprendente, se convierten en figuras de influencia y reciben reconocimiento por parte de organismos de diversa índole y por personas consideradas intelectual y públicamente respetables.
Con el objetivo de fomentar una reflexión profunda sobre el concepto de cultura, nos proponemos distinguir entre lo que realmente tiene valor y lo meramente trivial. Asimismo, buscamos resaltar la importancia de apreciar a los exponentes que, con dedicación y sacrificio, invierten su vida en crear una cultura significativa y enriquecedora.
La consagración de los mediocres en la cultura actual es un fenómeno que refleja una preocupante tendencia a la simplificación y banalización del arte y el conocimiento. Esta situación se manifiesta claramente en la facilidad con la que ciertos individuos, carentes de un verdadero mérito o profundidad en su trabajo, ascienden a posiciones de renombre y autoridad cultural. Esta realidad no solo disminuye la calidad y la riqueza del panorama cultural, sino que también desalienta a aquellos que buscan contribuir con obras de auténtico valor y significado.
La influencia de estos personajes mediocres en la cultura se ve reforzada por el respaldo de instituciones y figuras de respeto, que, por conveniencia o por el deseo de ser populares, endosan y celebran la mediocridad. Esta tendencia hacia la valorización de lo banal sobre lo sustancial socava las bases de una sociedad que aspira al conocimiento, la reflexión y el crecimiento intelectual.
Para contrarrestar este fenómeno, es esencial fomentar un espíritu crítico en el público y en las instituciones culturales. Debemos cuestionar y analizar los criterios con los que se evalúan y se reconocen las contribuciones culturales, asegurando que la excelencia, la originalidad y el esfuerzo sean los valores primordiales en la determinación del mérito cultural.
La promoción de una cultura de valor requiere un compromiso con la educación y la formación de un público capaz de apreciar y demandar obras de mayor complejidad y profundidad. Esto implica un esfuerzo conjunto para cultivar un ambiente en el que el arte y el conocimiento no se reduzcan a mero entretenimiento o a la satisfacción de los gustos más inmediatos y superficiales, sino que sean vistos como vehículos para la exploración, el entendimiento y la expresión de la complejidad de la experiencia humana.
A continuación, citaremos algunas reflexiones de Alejandro Dolina, donde encontramos una crítica aguda y penetrante sobre la actualidad cultural que se caracteriza por la consagración de los ineptos. Dolina, con su acostumbrada perspicacia, desentraña cómo se ha venido diluyendo el concepto de cultura, confundiéndolo con cualquier manifestación, por trivial que sea, y otorgando reconocimiento y prestigio a aquellos que, lejos de aportar valor, contribuyen a la banalización de la esfera cultural. Sus palabras nos invitan a cuestionar las bases sobre las que se construye la admiración y el respeto en el ámbito cultural, instándonos a discernir entre el verdadero talento y la mediocridad encumbrada. La preocupación de Dolina no radica únicamente en la celebración de lo mediocre, sino en la consecuente desvalorización de los esfuerzos y logros de aquellos que, con dedicación y rigor, buscan enriquecer nuestro patrimonio cultural. A través de su análisis, nos exhorta a elevar nuestros estándares y a comprometernos con una apreciación más profunda y exigente de la cultura.
“Me gustaría ahondar en este concepto: Esto es cultura, pero desde un punto de vista antropológico. Cultura en el sentido clásico, porque hay dos culturas y ahí se confunde, y la gente pide para una el prestigio de la otra. Es decir, la cultura en sentido clásico es el arte, la filosofía, la ciencia de un pueblo. Pero en sentido antropológico, ahí es donde todo es cultura, por ejemplo, la forma de lustrarse los zapatos, la forma de esperar al colectivo, la forma de cumplir con la ley, la forma de burlar la ley; todo eso es cultura. Por lo tanto, la gente tiende a buscar la segunda parte que es la que le pasa más cerca y dice, bueno, una charla de café es cultura. Pero es cultura en sentido antropológico; no vamos a poner un ministerio para promover la charla de café, y sí para promover el estudio de la física nuclear. Entonces, ahí se da la confusión: "Todo es cultura", te dicen. Bueno, pero muchas veces dicen, "porque todo es cultura, entonces el Ministerio de Cultura me tiene que apoyar a mí, que soy centro delantero de un equipo de Cruz del Eje, que también hago cultura". Y no es así.
De todos modos, hay que reconocer que en ciertos momentos sociales de un país, por ahí hace bien que la gente se junte en bailes o vaya a una kermés. Pero eso estrictamente no es cultura, aunque puede ser una ayuda para gente que no tiene perro que le ladre, que no tiene dónde ir, y que tiene relaciones interpersonales muy flojas. Entonces está bien eso, pero está bien como está bien la vacuna; no tiene mucho que ver con la cultura en el sentido clásico.
Como sucede con frecuencia, cuando es galardonado un artista mediocre, realmente perteneciente al mundo mediático, al mundo de lo que es exitoso, al mundo de la industria del espectáculo, a mí me da miedo. Me produce miedo la consagración de ineptos. No envidia, ni desazón, ni indignación, sino miedo. ¡Ah, caramba!, digo yo, ¡Si este es el ejemplo a seguir, estamos perdidos!. Me imagino lo que vendrá, me imagino a las generaciones tratando de ser ese tipo, y tiemblo.
Durante toda nuestra vida hemos asistido al fenómeno de artistas mediocres que triunfaban. ¿Por qué triunfaban? Bueno, porque tenían una gran difusión mediática, tenían un mensaje simple, accesible, simpático, entrador, cómodo para el acceso, con accesos cómodos, como algunos estadios. Fenómeno. Entonces, es explicable que triunfe este cantante, porque su música es fenomenal. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. ¿Pero cuál es el problema a largo plazo? Ahora, si después la Secretaría de Cultura le da un premio a la trayectoria, yo me asusto, me da miedo, me escondo, y empiezo a dudar en qué camino tomar. No es que uno vaya a sacar ningún premio, pero uno tiene que tener una orientación, una luz, seguir el camino. No hay uno de ese tipo, que se esforzó, que aprendió algunas cosas, que desarrolló un nuevo lenguaje, etcétera.
Yo me imagino que esto viene a avalar el gusto por la banalidad de la gente que no sabe nada o que no ha tenido la suerte de poder ilustrarse, y que se va a confundir. En un tiempo, esta gente lo podía todo, excepto ser tomada en serio. Ahora ha sido tomada en serio incluso por intelectuales, muchos de los cuales son tipos a los cuales yo les tenía respeto. Y que, a lo mejor por caer simpático a los alumnos, o por ser más populares, o por conseguir estar en onda y por ingresar al mundo mediático, han renunciado a sus convicciones y empezaron a decir, “bueno, fulano es un fenómeno”. Y no. No es un fenómeno.
Ustedes bien saben que es pecado pronunciarse en contra de la cultura popular, ¿no? Sí, porque te van a decir un montón de cosas. La única cultura que existe es la cultura superior, la que despierta la mente y no la que la narcotiza. Esa es la única cultura que existe. Lo demás es un cuento chino. Te dicen: "A pocos interesa Shakespeare. Vamos a convertir entonces algunas historias banales de la televisión en algo muy bueno también". Para que la gente diga, "ah, pero yo también puedo acceder a la cultura". ¡Está mal!. Lo que tienes que hacer es tratar de preparar a la gente para que pueda disfrutar de las cosas más complejas, que son las que producen mayor salud, mayor placer, y que te capacitan para ser un tipo más dichoso en la vida. La complejidad aumenta el placer. Todo eso no se puede decir porque es enojoso y dicen, "¡eh, pero eso es elitista!". Bueno, sí, ¿pero qué quieres que haga?. ¿Qué hacemos entonces con la ciencia, con un tipo que ha estudiado hasta los confines del conocimiento? Decimos, "mire, usted es elitista", al tipo que seguramente anda con los zapatos con unos agujeros enormes. ¿Qué le decimos, baje la puntería porque la gente no entiende esto? Y lo que no entendemos todos es que la gente no entiende esto. Es pecado entenderlo.
Y no es verdad. Y lo decimos nosotros desde aquí, desde la tribuna de los giles. Desde la tribuna de los que no entendemos. Pero preferimos saber que hay algo que no entendemos y que es superior, que no creernos piolas porque entendemos base por altura sobre dos. Esa es toda una complejidad para algunos, le digo.”
El desafío de levantar la vara de lo que se considera cultura, tal como expone Alejandro Dolina, implica discernir entre la genuina contribución cultural y la superficialidad que a menudo se celebra. Esta tarea requiere la colaboración activa de creadores, críticos, instituciones y del público. Debemos cultivar un entorno en el que se valore y promueva la verdadera excelencia, donde el pensamiento crítico y la apreciación de la profundidad y la calidad se establezcan como estándares habituales, procurando de esta manera asegurar que desempeñe su rol esencial en el enriquecimiento de nuestras vidas, fomentando una sociedad más reflexiva, crítica y profundamente humana.