La violencia es un flagelo que cada vez se inserta más en nuestra sociedad, presente en las noticias, en las calles, en los hogares, en las instituciones.
Muchas veces pensamos en la represión como primera solución, en el castigo como el remedio más efectivo para este mal, pero pocas veces nos detenemos a pensar en la prevención, en el cambio cultural que necesitamos para bajar la pelota al piso.
Esta columna no quiere ser un reto, no es un dedo acusador, quiere ser un llamado a la reflexión, un incentivo para pensar qué sociedad queremos.
Desde el mal entendido en la fila del local de cobranzas hasta los homicidios, la violencia se ha ido recrudeciendo velozmente.
Esto no es una responsabilidad de un gobierno, ni siquiera de un Estado solamente, es una cuestión que debe ser entendida de forma integral, es un tema de la casa, de la escuela, de la vida.
Las redes sociales, herramienta formidable para la comunicación, para democratizar y masificar la información, son fuente de un fenómeno tan nocivo como la violencia virtual.
El anonimato y la falta de responsabilidad que ofrecen las redes, muchas veces tientan a muchos a insultar, desmerecer y agraviar personas y colectivos, con prácticas opuestas a nuestros valores democráticos y republicanos.
Resulta muy triste ver cómo la violencia se plasma en la política partidaria, porque la desacredita a los ojos de la gente, baja su calidad y no se debaten ideas ni proyectos de país, sino que muchas veces se reduce la acción política a un intercambio de dimes y diretes, indigno de la situación actual.
Es necesario que existan políticas públicas para palear los efectos de la violencia pero también para prevenirla.
A veces es necesario frenar, pensar un poco, bajar la pelota y no ver al otro como un enemigo.
La idea de la desesperanza es un sentimiento reaccionario, negador de la posibilidad de una realidad mejor.
La esperanza, de esperanzar y no de esperar, tiene que ser consciente de que no hay misterio más que el de sumar empatía y mejorar la convivencia, esto acompañado de un Estado presente y articulando en el territorio, es una garantía de un buen futuro.
Convivir en la diferencia nos enriquece y nos hace mejores personas, la violencia nos separa y nos deja cicatrices difíciles de sanar, el tejido social se fortalece compartiendo, encontrándonos y apropiándonos de los espacios públicos.
Luchemos por una sociedad integrada, solidaria, humana, empática y cercana, esto es lo que quiero para Soriano y para nuestro país.
Edil Diego Guevara.