Luego de mi regreso al país y a mi ciudad, después de más de 25 años, y aunque parezca mentira, me costó mucho adaptarme al ritmo de vida, a las costumbres y nuevos hábitos.
Pasado ese “proceso” lo primero que empecé hacer, fua buscar mi vieja barra de amigos, para cumplir una promesa que a mi mismo me había hecho.
De volver a juntar los “Pica Piedras”, los gurises del Pitetta Fedullo y de las noches en el Esparta.
Y demoré un par de años para lograrlo.
Fue en el Ayuí, y el primer reencuentro, como luego serían los otros.
Fue emocionante. Nos fuimos reconociendo, tratando de descubrirnos después de tantos años. Algunos tuvieron que avisarme quienes eran, porque no los reconocía…
Y en un momento me presentaron un hombre, el que vestía más humilde de todos, y la pregunta incómoda y molesta, si lo reconocía…
No lo saqué.
Él tampoco a mi.
Alguien me soplo al oído su nombre.
Y sonreí con una alegría que fue imposible disimular.
El se presentó primero muy educado, a pesar de los vinos.
- ¡¡ Guadalupe Acosta !!
Mientras su mano firme de piel áspera y callosa apretaba la mía.
- Doctor Artigas Osores, le dije.
Sus pupilas se iluminaron, como las mías minutos atrás.
Hacia más de cuarenta años que no nos veíamos. Habíamos descargado juntos los pesados tarros de leche en la COLESO, siendo muy jóvenes.
Anduvimos por la curtiembre pidiendo orejas de chancho, haciendo barridos en las barracas para llevar unas monedas para la vieja y mil aventuras, de río, calles y dificultades.
Dio dos pasos, se puso frente mío y antes de abrazarnos y llorar juntos me dijo.
- ¡¡Que va ser doctor usted, mugriento!!
El sábado pasado, volvimos a encontrarnos con la barra que compartimos los hermosos años de nuestra juventud.
Y otra vez... como la primera, las anteriores, bailamos, desafinamos al cantar, reímos a carcajadas y nos abrazamos emocionados con lágrimas en los ojos.
Cada uno de los presentes, había vencido en la vida, a su manera, de la forma que pudo y con las condiciones que tenía.
Estábamos todos ebrios de alegría y vinos.
El qué vestía más humilde, se entrometia en las conversaciones de pequeños grupos que charlaban e interrumpía diciendo como si no supieramos : “¡¡Yo soy el hijo del Chilo Acosta!!"
El Chilo su padre, un hombre simple y humilde, el estibador del viejo Granero Oficial, que crió nueve hijos con dificultad y extrema honestidad, en el viejo rancho de Tomás Gómez casi Detomasi.
Él Chilo, será siempre el orgullo de Guadalupe y todos sus hermanos.
Una referencia inolvidable de aquellos viejos del Palo Alto.
Cuando la música paraba, las charlas disminuiban el volumen de las voces altas y cesaban las carcajadas, se escuchaba la voz gruesa con aliento a vino de Guadalupe diciendo, ¡¡Yo soy el hijo del Chilo Acosta!!
Entonces nos sensibilizamos del amigo más humilde de todos.
Del que quizás como Coco, Pachamé, Zargala y Richard (que ya no estaban) no había podido romper las cadenas de la exclusión social.
Y lo abrazamos y le dijimos cuánto lo queríamos.
El mismo sábado en plena reunión, me saqué una foto con él y escribí.
¡¡Hermano mío del Bajo!!
Me abrazó y con lágrimas en los ojos me gritó en la cara, y como si no lo supiera.
¡¡Yo soy el hijo del Chilo Acosta!!
Artigas Osores