
(escribe prof.Alejandro Carreño T.) La décima acepción que registra el diccionario de la Real Academia de la Lengua para el término “cara”, es “desfachatez”. En cuanto que la decimocuarta consigna nuestro conocido vocablo “caradura”, que vendría a significar lo mismo que el anterior. Pero registra, también, muchísimas definiciones de “cara” acompañada de un complemento. Entre ellas, la de Ecuador: “cara de suela”, que quiere decir “persona sinvergüenza, descarada”. O “verle la cara a alguien” que, tanto en México como en Ecuador significa “Tratar de engañarlo”.
Pero no registra nuestro chilenísimo “cara de raja”, tan en boga en el país desde hace mucho tiempo, y que se ha consolidado con vehemencia en la vida social y política en los últimos dos años. “Cara de raja” es una expresión que refleja muy bien el momento histórico que vive la sociedad chilena. Pero, sobre todo, el momento histórico que vive la clase política. La clase política chilena, y me imagino por lo que nos enteramos a través de los medios latinoamericanos, que la clase política de nuestro continente, vive el mismo momento histórico que nosotros, los chilenos. Si no es así, ofrezco desde ya, mis disculpas a los lectores.
Espero, así como el diccionario recogió las dos expresiones ecuatorianas, una de las cuales se aplica también a México, que en un futuro próximo recoja también nuestra modalidad semántica para referirnos a aquel “que no mide las consecuencias de lo que hace”, según el Diccionario Etimológico de Chile.net. Aunque ya la frase la hemos asociado derechamente con “desfachatado” y “sinvergüenza”. Como a la usanza de cada pueblo, los chilenos tenemos una forma peculiar de transformar el lenguaje, de sacarlo de su paradigma y metamorfosearlo.
Para quienes no nos conocen, “raja” en Chile significa “culo”. Pero ninguna de las acepciones de esta parte de la anatomía tiene que ver con “raja”, lo que torna más sorprendente la relación semántica. Porque tampoco “cara de raja” tiene que ver, como vimos, con que usted, usted o usted, tenga cara de poto, o cara posterior (para oponerla a la anterior, donde se encuentran los ojos). Además, la propia palabra “raja” ya goza de una rica semántica en nuestro folclórico lenguaje, como “estar la raja” (estar muy bien), o “pasarlo la raja” (pasarlo muy bien).
Lo importante, en todo caso, para los fines de esta columna, es que usted, que me lee, nunca sea “cara de raja”, aunque en realidad decimos “car’e raja”, por esa manía tan nuestra que tenemos de no pronunciar nada bien. Porque ya sabemos que significa “no seas fresco, pillo o sinvergüenza”. Como estamos en Chile, y abundan los sujetos con estas particularidades, el pueblo no encontró nada mejor que llamarlos así. Hoy, luego del escándalo Convenios/Fundaciones, que ha copado la agenda noticiosa por más de tres meses, con cifras astronómicas robadas al Estado, el oficialismo se ha ganado meritoriamente el apodo de “cara de raja”,
Pero los “car’e raja” están en todos los lugares, por lo menos en Chile. Se encuentran en los tres poderes del Estado, como a diario nos enteramos por la prensa, todavía libre, que nos ofrece una oferta generosa de corruptos enquistados en diferentes instituciones gubernamentales y también en el mundo privado, que no se esfuerza demasiado para mostrar su peor cara. Y, cómo no, además los encontramos en el seno mismo de la sociedad, ocupando todos los espacios públicos, aprovechándose de todos los acontecimientos, tanto de los buenos, que hace tiempo que no aparecen, como de los malos, que copan el día a día.
La lengua es vida que se vive intensamente en esa relación cómplice con sus hablantes. Entre ellos hay una dependencia lingüística enriquecedora, no solo desde el punto de vista idiomático, sino también social y cultural. Siempre lo fue, pero más ahora que la globalización de los medios masivos de comunicación ha acercado a los hombres y sus lenguajes. No se puede negar la importancia de ciertas expresiones para la comprensión fraseológica y cultural de un país como Chile, que día tras día recibe más inmigrantes.
“Cara de raja” es una deliciosa metáfora popular que ciertamente Juan de Mairena, el retórico y profesor inventado por Antonio Machado, aplaudiría a rabiar. No por nada Mairena quería crear en Sevilla una Escuela Popular de Sabiduría Superior.