(escribe, prof. Alejandro Carreño T.) Lo peor que puede ocurrirle a un gobierno es caer por el desfiladero de los escándalos de la naturaleza que sean, y no tener la debida respuesta para enfrentarlos. Lo vive en estos momentos el Gobierno del Presidente Boric, cuya gestión ha sido de una mediocridad desconocida para el país. Chile ha alcanzado altos estándares de incompetencia administrativa en todos los frentes, tanto en su política exterior como interior. La población está cansada de recibir todas las semanas un escándalo golpeándole la cara. Y su cansancio lo expresa indignado en las redes sociales, en los comentarios en los diversos medios de comunicación y en las encuestas que desaprueban mayoritariamente la gestión del Gobierno.
El Gobierno de Boric ha perdido toda credibilidad; es cierto que nunca tuvo mucha, pero ya no tiene nada. La fe pública, reserva moral de todo y cualquier gobierno, ha sido irremediablemente dañada por las vergonzosas y reiteradas conductas deleznables de muchísimas autoridades públicas vinculadas a La Moneda, directa o indirectamente. Ministros desidiosos, mentirosos e incompetentes de distintos ministerios, han dañado la vida ciudadana, a veces de manera lamentable, como la muerte de varias lactantes, por razones puramente ideológicas al no querer utilizar la red privada de salud, con la que el Gobierno quiere acabar a toda costa.
Se habló en su oportunidad de terminar con la “curva de aprendizaje”, reconociendo así, la propia autoridad central, la incapacidad de sus mandos inferiores. Pero también de asumir “responsabilidades políticas”. Nunca de responsabilidades morales. Antes, o después, al final qué importa el orden de los escándalos, los chilenos vivimos las torpezas del ministerio de Cultura que rechaza por razones presupuestarias, ser el convidado de honor a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. Y la razón dada molesta más que la idiotez que significa el rechazo: “austeridad”, cuando este ministerio ha financiado generosamente una enorme cantidad de proyectos groseros, vulgares y pornográficos, orientados a la diversidad sexual.
Más tarde fue el turno del Ministerio de Educación, cuyo ministro hoy es objeto de una acusación constitucional que comprende siete capítulos, la más extensa de que se tenga memoria. El Gobierno defiende al ministro Marco Antonio Ávila, cuya única y deplorable obsesión es su proyecto sobre “emotividad y sexualidad integral”, acusando a medio mundo de ser homofóbico, dada su condición homosexual. Pero ningún cuestionamiento a su rol de ministro. De hecho, nada se sabe aún de 71 mil millones de pesos pagados por el ministerio por “servicios dados” a la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas. Servicios que jamás fueron realizados. Y podríamos seguir.
Pero hoy el escándalo tiene que ver con la Fundación Democracia Viva, entidad perteneciente a uno de los principales partidos del oficialismo: Revolución Democrática, fundado por el amigo del alma de Gabriel Boric, el ministro de Desarrollo Social y Familia, Giorgio Jackson, y que tiene en la diputada Catalina Pérez a uno de sus máximos símbolos. El problema es que todas las redes de esta telaraña de corrupción que el medio Timeline de Antofagasta dejó al descubierto, apuntan hacia ella que es, además, muy cercana al Presidente. Las aristas de este escándalo son insospechadas y se centran, de momento, en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, de donde salían las platas para dicha Fundación: hablamos de 426 millones de pesos. Pero hay otras cuya olla comienza recién a destaparse.
Ahora bien, el drama para el Gobierno es que este grupo de políticos callejeros, desaliñados y mediocres; arrogantes y mentirosos, llegó al poder bajo la consigna de ser superiores moralmente, tal como lo declaró su fundador: “Nuestra escala de valores y principios dista de la generación que nos antecedió. Tenemos infinitamente menos conflictos de interés que otros que trenzaban entre la política y el dinero” (agosto de 2022). En medio de toda esta avalancha de actos de corrupción e indecencia, las palabras de Jackson son el hazmerreír de la sociedad y de los políticos que, a su modo, le preguntan al ahora ministro dónde su metió su superioridad moral y la de Revolución Democrática y acompañantes.
La fe pública, como dije al comienzo de la columna, la credibilidad del Gobierno ya no tiene sustento, pues los actos de corrupción que desde el comienzo aparecieron, se hicieron tan notorios y constantes, hasta llegar a convertirse en el pan semanal de los chilenos, que sepultaron para siempre la poca confianza que entregaba la gestión de Gabriel Boric.
¿Cuánto de esta confianza recuperará Su Excelencia? No lo sabemos. De lo que sí estamos ciertos los chilenos, es que la danza dantesca de estos espectáculos deprimentes y vergonzosos, no solo por lo que representan en millones y millones de pesos, sino también por lo que significan en términos de decadencia moral, solo acabarán cuando acabe este Gobierno.