Lo veía ahí correteando por las calles de tierra, jugando en los baldíos, a orillas del río o cazando renacuajos en la cañada Roubin.
Nuestra barra de muchachotes se reunía en el Esparta y el gury hermano más chico de mis amigos daba sus primeros piques en la cancha abierta de baldosas grises.
Usaba unos championes Pampero gastados y agujereados, de suela lisa con los que se vivía resbalando. Seguramente alguna alma bondadosa se lo habría regalado.
Ahora cuando lo encuentro, no quedan muchos rastros de aquel niño inocente, el más chico de una familia humilde y numerosa.
A no ser su sonrisa bonachona y la humildad que exije a todos los hijos de "El Bajo".
Sus pies ya no sufren del frío y el calzado que usa ahora ya hombre, sin ser de grandes marcas, no se parecen a aquellos Pampero o los agujereados en la suela, siendo adolescente.
Cuando le ponía una plantilla de cartón para ir a divertirse a los bailes o dar vueltas los domingos en el centro.
A fines del ochenta me fui del país y un par de años después, Esparta conquistaba su quinto y último campeonato.
Y del partido suspendido y jugado al otro día, donde no cabía un alfiler, de ese día glorioso que con orgullo cuenta la fanática hinchada de los cinco leones amarillos, he escuchado mil historias.
Pero hay una que es la que más me conmueve.
Porque ella no solo representa las dificultades de un cuadro humilde de barrio.
Está historia también tiene el mérito de representar las dificultades que tenían los jóvenes nacidos en un hogar humilde para practicar deportes.
Y en aquella mañana de domingo, después de semanas de encontrarse, reunirse y "concentrar en el perejil" ahí al costado de la curtiembre y el viejo rancho del Dios Verde, la mayoría del plantel que era del barrio, entraban nerviosos y llenos de sueños, alentados por esa de las más lindas y fanáticas hinchadas que tiene Mercedes.
En los minutos finales el querido relator de Difusora Soriano, Oscar Galagorri Barrenechea tras un doble de Carlos, comentó la jugada junto con una propaganda que auspiciaba el partido.
"Doble de Esparta, los championes que usa Poveda, son de Play Boy, la casa de los calzados deportivos".
Cuando los jueces terminan el partido y la cancha de Remeros es invadida por sus hinchas, allá, en un rancho de la calle Río Negro, que ya no existe, porque ahora es la rambla nueva.
Piruncha su madre y Horacio su padre se abrazan entre lágrimas.
Los championes de su hijo con poco más de veinte años, lo había cocido ella su madre con piola, para que su hijo, Carlos "Chafa" Poveda realizará el sueño de ser campeón con Esparta.
Artigas Osores