Ocurrió un domingo cerca del mediodía, había ido a levantar un pollo asado no sólo por la pereza de cocinar que nos da el tradicional día de descanso, si no también para colaborar con el club que me cobijó en mis difíciles años de mi preadolescencia cuando había perdido mi padre.
Ese club donde hice tantos amigos y que aún hoy, cincuenta años después tengo la dicha de conservar.
Atrás de la mesada del parrillero, mujeres y hombres de la comisión trabajaban con cariño y dedicación atendiendo la gente que iba llegando.
Atravesé el salón y un niño no mayor de seis años corría picando la pelota naranja y se esforzaba para embocar el aro, sin siquiera llegar a tocarlo.
La madre lo llamó varias veces para que dejara la pelota porque tenían que irse.
Sin dar oídos el niño entusiasmado correría feliz dentro del gimnasio.
La madre insistía con sus llamados cada vez más alto, pero el botija con la camisa holgada compenetrado en su ambición de hacer un doble no la escuchaba.
En esa misma cancha que hoy es gimnasio y cuando era cancha abierta y piso de baldosas, habían jugado la generación de oro del básquetbol de Soriano.
Usando el mismo color de la camisa del niño, el negro Jorge dos Santos, Raulito Zubiaurre, el Nelson Banegas, con Pototo López, Rolando Domínguez, Carlitos Garcia, el Cholo Vespa y el Flaco Quijano entre otros tantos que en el apuro y por los años se me pasan y pido perdón anticipadamente, habían conquistado las más grandes hazañas de la mano del Bebe Araújo.
Y no voy a dejar de nombrar la contribución de Luis García, "Calidad" Lozano y el propio "Ferruco" desde la cantina.
Y otra vez pido perdón porque mi memoria no colabora mucho en estos momentos que intento escribir para dar una respuesta inmediata y calmar el dolor de una hinchada que este domingo amaneció triste y dolida por la derrota de un partido y el campeonato.
Un domingo de mañana como aquel que fui al club a buscar un pollo.
Cuando el niño salió llorando porque su madre lo había amenazado que si no dejaba la pelota y no se iba con ella, no lo traía más al Esparta.
Quizás y posiblemente el dolor de la hinchada y el niño sean diferentes.
Pero las lágrimas, ¡¡no!! Esas son las mismas…
Porque el amor y la pasión a un club de barrio jamás se podrán medir o comparar con nada parecido.
Esta nueva generación de hinchas que anoche alentaba y gritaba como locos no vivieron aquellos años de gloria.
El niño de poco más de seis años es posible que desconozca la rica historia del club.
Yo quisiera que los dirigentes, jugadores y todos me escucharan en estas horas de tristeza.
Hay una hinchada fanática que llora esta mañana de domingo.
Pero hay esperanzas en el futuro.
Porque hay un niño con la camisa holgada que también llora para no irse.
Porque nadie, absolutamente nadie que te ame con el corazón y el alma va a abandonarte Esparta.
Hace mucho tiempo, una mañana de domingo como hoy lo percibí en las pupilas llenas de lágrimas del niño de la camisa holgada.
Artigas Osores