Mujeres de Pie
El pasado 8 de marzo, marchamos como todos los años, no para festejar sino para luchar por más derechos e igualdad. El Día Internacional de la Mujer pone de relieve el verdadero combate diario de las mujeres para mejorar sus vidas. Es un día para reflexionar sobre la larga lucha por la igualdad que sigue hoy en curso. Es un día para tomar conciencia de la indignidad y la injusticia que motivan esa lucha. Pero es también un día para conmemorar y rendir homenaje al valor, la fortaleza y los logros de las mujeres.
Desde hace años se viene dando un proceso de denuncia, discusión y toma de conciencia social sobre la violencia de género, incluyendo sus causas, claramente vinculadas a la estructura de poder patriarcal y a la cultura misógina que defiende, y sus consecuencias en la vida, la salud y las legítimas expectativas de millones de personas en todo el mundo cuyas vidas se ven amenazadas por el simple hecho de haber nacido mujer.
Es necesario dar reconocimiento institucional pero también público al hecho de que los derechos de las mujeres son derechos humanos, poner finalmente y de forma clara las cosas en su lugar. El grave atentado contra los derechos fundamentales que implica el recurso a la violencia de género, sea física o psíquica, como expresión de poder, es injustificable en cualquiera de sus posibles manifestaciones. Tampoco es tolerable el manido recurso a la tradición como forma de justificación de determinadas prácticas que atentan claramente
contra la vida o la dignidad de las mujeres, se produzcan dónde se produzcan.
Creemos, por tanto, que el amplio debate social que implica un proceso de revisión y crítica en profundidad de muchas de nuestras concepciones sobre el significado de ser hombre o mujer, las normas sociales y de convivencia en las que nos basamos, nuestras expectativas, nuestras aspiraciones, en definitiva el diseño de la sociedad futura que deseamos, debe proseguir y ampliarse más. Deberíamos ser capaces de generar como alternativa una cultura de la igualdad, la paz y el respeto a la vida en todas sus manifestaciones.
La única diferencia con que nacemos hombre y mujeres es nuestro sexo. La mujer ha demostrado capacidad suficiente a lo largo de la historia de transformar el mundo, y de hecho cada vez que lo ha querido lo ha logrado con excelentes resultados.
Nuestras características físicas corresponden a lo que heredamos de nuestros padres. Todas las demás diferencias son sociales y culturales, llegando a convertirse en "verdades absolutas" enfrentando a hombres y mujeres como si fueran diferencias "naturales"
La mujer de la nueva sociedad será plenamente independiente en lo social y lo económico, no estará sometida lo más mínimo a ninguna dominación, ni explotación; se enfrentará al hombre como persona libre, igual y dueña de su destino Históricamente se ha avanzado en la consecución de las metas para alcanzar la equidad de género, pero sigue sin existir plena igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres prácticamente en todos los estados y sociedades. Conseguir la igualdad de condiciones y oportunidades requiere que las personas estén por encima de las
diferencias y que el género no sea tomado como categoría diferencial para separar, excluir o violentar a ninguna persona. Lograr esta meta supone un largo proceso de cambio en las normas sociales, culturales, políticas y económicas de todas las sociedades, pero confiamos que en este camino nos encontramos.
Parecería que dé a uno los seres humanos no parecemos ser capaces de hacer milagros, pero los pueblos sí.
La desigualdad, la violencia machista, el maltrato físico, psicológico, la tortura moral , la muerte violenta, son cosas de hombres que los hombres tienen que resolver.
La importancia de las leyes por muy generosas que se presenten, no alcanza. Son los hombres, somos nosotros, la sociedad toda los que debemos asumir la responsabilidad de instalar la cordura que siempre deberá presidir nuestras vidas.
Cada vez que una mujer muere a manos de un hombre, cada uno de nosotros, los que nos consideramos honestos, pacíficos, buenos, deberíamos sentirnos injuriados en lo más hondo de nuestra persona, deberíamos experimentar el peor de los remordimientos, porque pacíficos o criminales todos hemos sido los herederos de una misma tradición aberrante; la del dominio natural del hombre sobre la mujer. Pero ese tiempo ha terminado y no tendrá vuelta atrás, seguiremos manifestándonos en las calles, pregonaremos con nuestro silencio o con nuestra palabra esta lucha.
Solo desde una reflexión sincera y libre de prejuicios y de intereses podremos construir relaciones más sanas, donde los hombres no se sitúen por encima de las mujeres y les hagan daño, donde puedan desarrollarse plenamente como personas y donde la sociedad todo entienda que para sumar en derechos TENEMOS QUE INVOLUCRARNOS.