Sus pasos de alpargatas y vidas gastadas, empujan una carretilla de rueda torcida, que se suena a cada giro y acompañan el silbido bajo en cada viaje por las calles de mi pueblo.
La carretilla y el Toto son solo uno y nadie los verá nunca solos, ni tampoco quejarse.
Porque andan en la vida con sueños humildes, como aquellos a los que les hacen sus viajes.
Hace mudanzas de un barrio a otro, llevando roperos, camas y catres, mesas sillas y colchones de estopa.
Lo que gana son siempre monedas que a veces no llenan sus puños cerrados, pero él se queda contento, porque más que un trabajo es un acto solidario.
Por las calurosas tardes de las siestas mercedarias o en las heladas mañas del invierno, ahí va el, empujando su carretilla cargada, saludando a cada paso, respondiendo a cada grito.
A veces lo busca una mujer del ambiente, un peón que trabaja de changas o mismo un padre o una madre, a que les regalaron unas camas y colchones usados, para sus gurises que duermen en el suelo.
Entonces el Toto se saca la boina, se rasca la cabeza y responde a la pregunta de cuanto me cobra, con un “Que te voy a cobrar hermano…”
Carga el pasto de las carpidas, lleva leña o rellena un terreno baldío con tierra, siempre está ahí, cuando lo precisan, muchas veces el que lo contrata no tiene para pagarle.
Con el semblante sufrido de hombre de pueblo, que sabe las necesidades de la gente del bajo, le responde con su sonrisa generosa, que es lo mismo que decir, no precisas pagarme…
El Toto Peirano es un hombre popular en las calles de mi pueblo, de esos hombres que vinieron al mundo a servir a sus hermanos de clase.
Que sin decir muchas palabras, son ejemplo de lucha y bondad, que no precisan de billetera ni documentos, porque plata nunca tiene y porque el pueblo ya lo conoce y sabe que él, jamás se irá.
El Toto resiste en el tiempo, los recuerdan aquellos gurises que hoy son abuelos, andando por las calles inundadas el barrio Palo Alto y ofreciendo su carretilla para las mudanzas, comparte un guiso de fideos con los inundados, en los ranchos de las familias más numerosas.
Y eso para él, es más que un pago, no por el plato de comida, si no, porque la gente más humilde, lo integra al Toto, a la familia…
Ya no suena la rueda torcida de tu carretilla, acompañando tu silbido suave, tu sonrisa franca, por las calles de tierra del barrio Treinta y Tres.
Cuando la vieja carretilla ya no pudo más, se lo cargó encima y se lo llevó al Toto Peirano a pasear por los barrios pobres del cielo.
El Toto ya no hace más fuerza para subir los repechos y ni anda más con el agua por las canillas, ofreciéndose gratuitamente para sacar a las familias de la creciente.
El Toto ahora pasea en mis recuerdos con su carretilla de rueda torcida, la mirada solidaria y la sonrisa fresca.
Artigas Osores