Lo he escuchado muchas veces, salen de la boca de las élites políticas, sociales e intelectuales.
Dicen que nosotros, ROMANTIZAMOS LA POBREZA, así con todas las letras, como si nacer en una familia numerosa y vivir en un rancho chico todos amontonados tuviera algo de romántico.
Que tiene de romántico saber que tus padres se iban acostar sin cenar para que sus hijos pudieran comer.
No hacemos la propaganda de que eran buenos tiempos, pero rescatamos si con orgullo la dignidad y la honestidad con que nos criaron nuestros padres.
En una sociedad que tenía la generosa virtud de ser solidarios.
El tiempo aquel que le golpeabas la puerta al vecino para pedirle un poco de azúcar, de cocoa o algún puñado de arroz para echarle a la olla.
Nosotros, los que venimos de abajo, los que absorbimos y nos criamos con esas actitudes, la de compartir lo poco que se tenía, no ROMANTIZAMOS LA POBREZA.
Simplemente, lo que no hacemos, es no olvidar de dónde venimos, ni olvidar nuestras raíces.
En un día como hoy, que a pesar de que el consumismo y la cultura yanqui nos impuso el Papá Noel, nosotros, los viejos pobres, nos aferramos para que no desaparezcan en este seis de enero los Reyes Magos.
Cómo no recordar el enjambre de gurises que venían de los barrios más pobres de la ciudad, para recibir su ÚNICO REGALO DE REYES, en el estadio Köster.
Niños pobres del Túnel, del Cerro, barrio Artigas, Asencio, Treinta y Tres y el Palo Alto, de la mano de su madre para recibir en la tarde insoportablemente calurosa del seis de enero, el regalo de Melchor, Gaspar y Baltazar.
Cómo olvidar a doña Cola Iglesias y don Gregorio, que nos llevaban a la capilla Sagrado Corazón para darnos pelotas de plásticos, camioncitos de madera, matracas y muñecas de plásticos y mini juegos de cocina para las niñas.
La magia de los Reyes Magos, de la mano de nuestra inocencia y carencias de gurises pobres.
No es y nunca lo entenderán, los que nunca lo vivieron, no serán capaces siquiera de imaginar, la felicidad que nos producía y la fiesta que era en esos barrios de las calles de tierra, mostrando con orgullo a nuestros vecinos el regalo de los Reyes Magos.
Hoy de mañana, en mi barrio, Aparicio Saravia, una camioneta con jóvenes adolescentes vestidos de Reyes Magos abrían una pequeña caravana seguida por un camión repleto de juguetes que otros también adolescentes repartían con alegría.
El gesto de donar, entregar un presente a cambio de la sonrisa inocente de un niño no tiene precio.
Si yo pudiera un día saber quiénes eran aquellos Reyes Magos del Köster, que entraban a caballo, porque sus camellos habían quedado del otro lado del río, en las arenas de los Arrayanes, para que no se asustaran y sentirse como en el desierto.
Así nos decían y nosotros ingenuamente lo imaginábamos.
Los abrazaría con fuerza, les diría muchas gracias y le daría a cada uno de los tres, un beso en el corazón.
Hoy de mañana, ya viejo, crucé la calle y le saque fotos a los Reyes Magos en el Aparicio y después de presenciar la alegría de esos niños con sus juguetes de regalo, me volví caminando con mis pupilas encharcadas de lágrimas.
No romantizo la pobreza, recuerdo con nostalgia y melancolía el gesto solidario y bondadoso a cambio de una simple y pura sonrisa de un niño.
GRACIAS REYES MAGOS POR LOS JUGUETES Y ESTAS LAGRIMAS…
Artigas Osores