
(Escribe prof Alejandro Carreño T.) Si hay un país singular en América Latina en términos políticos, ese es Perú. Su sui generis ADN exterminador de presidentes, lo hace un caso especial en una región que no se caracteriza, precisamente, por querer mucho a sus presidentes. Argentina, en un determinado momento de su azarosa vida política tuvo presidentes que duraron 7 días (Adolfo Rodríguez Saá, 2021); otro que estuvo en la Casa Rosada 49 días (Héctor José Cámpora, 1973) y Roberto Marcelo Levingston fue presidente por 277 días en 1971. Otros duraron algo más de un año. Pero, salvo algunos dictadores, ninguno terminó en la cárcel, arrancado de la Justica o suicidado.
Pero en Perú la cosa cambia. La historia reciente nos muestra el riesgo latente de ser presidente: varios estuvieron presos, otros están arrancados, uno se suicidó y el último, Pedro Castillo, estará dieciocho meses en prisión preventiva. Por eso no me explico el afán por querer llegar a Palacio Pizarro cuando lo más probable es que termine tras las rejas. El Congreso peruano es implacable a la hora de cazar presidentes. Si hasta Antauro Humala, el “Loco”, expresó sus deseos presidenciales: ¿Usted tiene aspiraciones presidenciales?, le preguntó la periodista Cristina Cifuentes, del diario La Tercera de Santiago de Chile (entrevista publicada el sábado 17 de diciembre de 2022): “Por supuesto que como todo ciudadano dedicado a la política aspira al poder o a una cuota de poder”.
Tiene razón. Todos ansían ese poder. Los locos también. Cuando la periodista le recordó que fusilaría a los presidentes a quienes llama de delincuentes, incluido su propio hermano Ollanta, el Loco Antauro respondió: “Sí, hablo de la pena capital que está contemplada en la Constitución […] Acá son seis soldados, con seis fusiles, seis plomos y al frente un presidelincuente. Eso es todo, es sencillo”. Lo sorprendente de “este candidato”, es que a pesar de sus largos 17 años en la cárcel, no ha disminuido su belicismo descerebrado, ni su fanatismo demencial, ni sus afanes refundacionales: “revaloración de la raza cobriza, tener un estado que abarque el antiguo territorio inca (incluyendo parte de Bolivia), nacionalización de las empresas, aplicar la pena de muerte en caso de traición a la patria, incluyendo el fusilamiento de Ollanta, su hermano”.
Con todo, nada lo jode más que Chile, país que odia más allá de su locura. ¿Queda algún tema pendiente con Chile?, pregunta la periodista. Respuesta de Antauro: “Por supuesto. El Perú tuvo una guerra en 1879 con un país. Una guerra que duró cinco años […] Pero ahora vemos que hay territorios que nosotros reivindicamos. Para nosotros no puede haber una relación normal con Chile, en tanto esos territorios sean reivindicados. Cuando nosotros recuperemos Arica y Tarapacá habrá una hermandad real”.
Ahora, sobre qué haría con los chilenos que viven en estos territorios, su respuesta fue: “No sé cómo lo hicieron los chilenos, pero nosotros vamos a copiar eso. Si ustedes expulsaron a los peruanos, entonces expulsaremos a los chilenos. Mientras, queda eso pendiente”.
¿Se imagina usted, lector, un loco como este en Palacio Pizarro? Un peligro inminente para la paz de la región, para su estabilidad social y democrática. Antauro Humala es un loco que debe ser combatido por todos quienes amamos la convivencia pacífica entre los pueblos, y queremos que nuestros pueblos latinoamericanos vivan sin la espada de enfermos mentales sobre sus cabezas.
Por eso he bautizado a Antauro con el nombre de “El Loco Humala”.