
El Quique fue portador de algunas memorias propias del realismo mágico de la selva colombiana -realismo mágico que antecede a García Márquez, porque ya estaba presente en vallenatos de principios del siglo pasado; de hecho el propio Gabo dijo alguna vez que Cien años de soledad no era otra cosa que "un vallenato de cuatrocientas páginas-.
De madrugada, en ruta 5, esperando un ómnibus de esos que vienen del norte y que con suerte y viento a favor te llevan hasta Montevideo, se me acercó un tipo que acababa de dejar un camión en el descampado que está frente a una de las rotondas de ingreso a Florida. Dejó el camión ahí y se acercó a la parada a probar mi misma suerte. A los cinco minutos ya estábamos de charla. Era de Soriano y había trabajado con Quique en un canal de esos lares. Me tiró tres puntas que me dejaron desconcertado. Después, en un encuentro de periodistas en Trinidad, a la hora del almuerzo le pregunté y me confirmó todo, con lujos de detalles. Su ida a Colombia sin muchas más pertenencias que una carta de recomendación de un expresidente uruguayo para intentar trabajar en El Espectador; su vida en una zona selvática, fabricando cajones para la cosecha de frutas; las veces que su camioneta fue detenida por guerrilleros primero y paramilitares después, grafiteándole las puertas con una insignia que hacía saber que ese vehículo circulaba en una zona ahora gobernada por los que habían ganado el territorio; el patatú del que se salvó raspando, pero por el cual estuvo internado, indocumentado, en un hospital en el que, por no tener derecho a asistencia, vivió parte de su convalecencia en una camilla, en los pasillos; y la posterior deportación, que en los hechos fue llevarlo hasta la frontera con Ecuador y dejarlo ahí, para lo que algún dios resuelva.
Quedamos en juntarnos para grabar unas cuantas charlas e intentar pasarlas a crónica, pero entre mis dotes procrastinantes y la vida que se cruza (y el desinterés del editor al que le tiré la propuesta -mal vendida, con seguridad-), nunca llegó nada a negro sobre blanco.
En Uruguay trabajó en la época de oro de CX30, y en medios de tierra adentro. Me contó de eso también, pero cuando su relato se internaba en los días colombianos, vibraba.
Un abrazo a su memoria
Emilio Martínez Muracciole
periodista