(escribe prof. Alejandro Carreño T.)Una vez más las encuestas perdieron la aguja que mide el voto popular. El promedio otorgaba a Lula algo más del 46 % de los votos, en cuanto a Bolsonaro solo el 35 %. Pero el resultado de las urnas dijo que el expresidente obtuvo el 48,4 % y el actual Presidente el 43,2 %. ¿Qué significan estos porcentajes? Primero, que habrá una segunda vuelta definitiva el 30 de octubre; segundo, que como suele ocurrir en elecciones donde se presentan candidatos tan cuestionados moralmente, el voto oculto engañó a las encuestadoras. Millones de bolsonaristas no declararon su voto, tal vez por vergüenza o pudor. Lo mismo con otros millones de lulistas. En ambos casos, la persona detrás del candidato es un mundo de censura por parte de la ciudadanía.
Con voto oculto o sin él, lo cierto es que tanto Jair Bolsonaro como Inácio Lula da Silva representan los dos polos opuestos de la política brasileña. Pero el extremismo del Presidente es radical. Representante de la extrema derecha, su conservadurismo exacerbado lo sitúa en un contexto histórico que no se condice con la realidad política y social que clama por mejor democracia, justicia social y derechos inalienables de la persona. Por el contrario, el expresidente, político del Partido de los Trabajadores, si bien es de izquierda, está lejos de ser algo parecido a la izquierda totalitaria que gobierna Venezuela, Cuba o Nicaragua. Lejos también de los extremos del Frente Amplio y Partido Comunista chilenos, base del gobierno de Presidente Boric.
Al Presidente Bolsonaro lo condenan su arrogancia: “¿Y? Lo siento, ¿qué quieres que haga? Soy Mesías, pero no hago milagros”; su catastrófico manejo de la pandemia: “No sirve de nada huir de eso, huir de la realidad. Hay que dejar de ser un país de maricas”; su perfume a dictadura: “El error de la dictadura fue torturar y no matar”; su homofobia descarnada: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No voy a responder como un hipócrita, ante eso, prefiero que un hijo mío muera en un accidente”; su misoginia destemplada: “Ella no merece ser violada, porque ella es muy mala, porque ella es muy fea, no es de mi gusto, jamás la violaría” o “Tengo cinco hijos: fueron cuatro hombres, ahí en el quinto me dio una debilidad y vino una mujer”; su racismo extemporáneo: “No corro el riesgo de que uno de mis hijos se enamore de una mujer negra porque fueron muy bien educados”.
Es decir, no es fácil votar por Jair Bolsonaro. Más aún, no es fácil votar en Brasil cuando ambos candidatos provocan tantas odiosidades. Pero las odiosidades que genera el expresidente Lula son de otra naturaleza y, en realidad, se reduce a una sola que es mayúscula: la corrupción. Luego de un extenso periodo en Palacio de Planalto: de 2003 a 2006 (primer gobierno) y 2006 a 2010 (segundo gobierno), Lula fue acusado de corrupción y condenado, tras un proceso repleto de dudas y certezas. Finalmente fue liberado de prisión, donde permaneció 580 días, por el Supremo Tribunal Federal que consideró que el juez que llevó su causa no actuó con de debida imparcialidad.
El que Lula pueda ser nuevamente presidente de la potencia latinoamericana ilustra los laberintos por donde transita la compleja política brasileña, pues rara vez un expresidente, exconvicto (como peyorativamente lo llama Bolsonaro), sale, literalmente de la cárcel para instalarse en el palacio presidencial más importante y poderoso de América Latina. Pero, al mismo tiempo, que Bolsonaro, un ultra de la derecha con ideas bastante retrógradas, haya obtenido tan alta votación en todas las regiones del país salvo el pobre nordeste y el sudeste de Minas Gerais, enmudeciendo a las encuestadoras, sorprendió a los brasileños y deja abierta la batalla de octubre. La derecha y la ultraderecha sorprendieron a todos con su resultado, menos al propio Bolsonaro que había declarado que las encuestas mentían.
El 30 de octubre conoceremos el nombre del nuevo presidente de Brasil. Difícil pronóstico, porque la diferencia alcanzada por Lula en la primera vuelta no le augura un triunfo fácil ni mucho menos. Más aún, fue tan estrecho el resultado, considerando que varias encuestadoras lo daban ganador ahora, que cualquier cosa puede pasar en la segunda vuelta.
De cualquier forma, sea Lula o sea Bolsonaro, al gigante latinoamericano no le esperan tiempos de tranquilidad, sobre todo cuando la polarización se apoderó del país y lo dividió de manera tan odiosa.