(Escribe Lic. Silvia Otero) Durante tiempos inmemoriales diferentes culturas y contextos socio históricos crean una denominada subjetividad que consiste en como es vivida y transitada la adolescencia según tiempo y lugar.
Podemos decir que hay diferentes adolescencias, aunque ésta tiene características en común hoy podemos ver que sus pautas ya no son las de antaño.
Digo diferentes adolescencias porque así como en la infancia no hay solo una, sino que cada cual es producto de los elementos circundantes que la componen.
Hablemos de complejidad al hablar de adolescentes, pero no de la común y general lectura; “que complejo es ser padres de adolescentes” sino la lectura desde el mismo adolescente. ¿Nos hemos puesto a pensar qué siente este chico o chica en este mundo en donde no es grande ni chico, en donde su cuerpo crece y empieza a reubicarse en el espacio? ¿En dónde para algunas situaciones es grande pero para otras es pequeño. No lo pensamos. El adulto tiene la extraña costumbre de ver lo negativo en la juventud sin detenerse a pensar en qué vorágine de pensamientos tan dificultosamente recorren esa psiquis. Pensemos en ello, aunque sea por una vez.
El adolescente por una razón que se enmarca en el psicoanálisis, confronta, apareciendo entonces los vínculos de hostilidad, de desafío, lo cual no tiene que ver con ser irrespetuoso sino que está en sus “genes”, está creciendo, cambiando de un mundo a otro, se halla en transición y muchos hemos olvidado lo complejo que es eso.
Es en este momento crucial donde se entrecruza dos acciones, y que conciernen al mundo adulto, la primera no solo marcar límites sino actuar desde el silencio, con esto quiero decir, jerarquizar la escucha. ¡Pensemos qué tiene ese adolescente para decirnos con esas acciones! ¿Qué discursos se ocultan debajo de tanta manifestación a voces?
Entonces si queremos encaminar, acompañar, ayudar, es preciso el límite sí, pero ya no como hace años. Esta posmodernidad nos invita, nos exige a ser diferentes, hay otra forma de acercarnos a nuestros jóvenes para impartir el límite en tanto contención y amor que a gritos necesitan.
Seamos cautos, precisos, y desde ese lugar podremos acompañar siendo la guía que ellos necesitan que seamos y estaremos así lo más cercanos posibles.
Las tecnologías invaden nuestra cotidianeidad, mientras que el mundo y su globalización lo hacen parte de un engranaje denominado consumo, los primeros consumidores son los niños y la cadena productiva les vende a través de los padres.
Los adolescentes tardíos también tienen que ver con este masivo manejo de la economía mundial pues en un país latinoamericano, ser independiente cuesta cada gota de sangre que corre por las venas.
Todos estamos tan inmersos y determinados corriendo tras lo que necesitamos que el tiempo se acorta, la calidad se empequeñece y no queda tiempo para escuchar.
Pero hay un punto que no cambia y es la constitución psíquica de adolescente, en él se produce la confrontación, a padres o autoridades en su lugar. Entonces, ¿cómo poner límites a un adolescente en un mundo en que la libertad ha ganado la batalla?
Elementos alarmantes y crueles avanzan, alcoholismo, suicidio. Si SUICIDIO aquello que nos golpea a la cara pero que no se nombra, y al que dedicare otro artículo próximamente.
No se trata de que no se lo haya escuchado, se trata de que los limites y el acompañamiento que se daban en tiempos anteriores obviamente ya no alcanzan, los elementos que angustian y que generan padecimientos son tan nefastos como mortales. Consumo que nos eleve a un momento frágil de felicidad y entonces de nuevo el hastío, el refugio en la bebida, la compra, el consumo, y de nuevo la depresión y el vacío con la consecuencia de que cualquier situación que padezca el joven puede ser una bomba de tiempo.
Nos encontramos en una época en que tanto límite y acompañamiento debe ser diferentes, ya no alcanza con marcar pautas, prohibir o dejar, hoy los chicos gozan de otra libertad pero también de un bombardeo posmoderno que genera depresión y contamina cruelmente.
Y nos puede ocurrir a todos, a hijos de padres totalmente presenciales, no hay error allí, todos corremos riesgos, lo que durante años se ha hecho hoy… no alcanza.
El límite es amor, contención, pero hagámoslo con astucia, con silencio toleremos hasta cierto punto sin perder autoridad moral las confrontaciones para poder oír aquello que el silencio desde su alma clama.
Cambiemos, modifiquemos nuestras formas porque la realidad así lo exige todo por nuestros gurises!
Su accionar tiene un sentido, se están formando, constituyendo como persona, gritado al mundo qué aceptan y qué no, en un mundo que si se lo permite.
Claro que esta actitud no debe jamás ser confundida con el lugar del respeto que el adolescente le debe a sus padres, ya que estos tienen la autoridad moral para guiarlos por el buen camino, con errores y aciertos, y esa contención aunque suene paradójica es precisamente al que el joven busca, ESTO SEÑORAS Y SEÑORES ES EL LIMITE.
Tener en cuenta que entre otras características de conducta se encuentra su clara exposición al riesgo, alcohol, etc., su coqueteo con el peligro y una incasable búsqueda de un lugar a donde pertenecer, porque no se es grande ni se es chico, porque las bandas, la ropa, la música les da la tan necesaria identidad, y porque confronta no por atrevimiento, sino porque se está buscando a ellos mismos.
Cuantas veces sí hay puesta de límites, sí hay padres presentes, solo que los tiempos han cambiado alarmantemente y este tiempo a nosotros padres nos demanda otra cosa. Ojos abiertos, jerarquización de escucha, estar lo más cerca posible.
No teman que sienta que no son libres, libertad y responsabilidad van de la mano, “si estoy te cuido si te limito estoy conociendo lo que sucede”
Acompañémoslos en ese vacío existencial tan característico de esta etapa.
Pues es en ese momento en que se sienten tan perdidos como para pedir ayuda llegando muchas veces al extremo del suicidio.
Porque los límites como acto de amor no deben omitirse y ese adolescente deberá comprender cuan necesarios son. No debemos quedar atrapados en un discurso posmodernista, pues el tiempo si no tiene se hace.
Nuestros gurises nos necesitan, en esa constitución psíquica hay una mente que necesita ser cuidada, contenida, y habrá que entender que sus actos, en caso de que fueran reprochables no son más que un gran pedido o llamado de atención.
¡Cambiemos modifiquemos nuestras formas porque la realidad así lo exige todo por nuestros gurises ahora antes que sea demasiado tarde!