(Escribe prof. Alejandro Carreño T.) Te recuerdo, Víctor. Es 11 de septiembre de 1973. La calle comienza a llenarse de sangre inocente, y tú corres hacia el colegio Manuel de Salas, donde estudia tu hija Amanda, en la avenida Irarrázaval. Tu sonrisa ancha ha desaparecido y estás inquieto. Suben los tres a la vieja Renoleta, porque también ahí estudia Manuela, la hija de Joan, tu mujer. Es de mañana muy temprano.
Te recuerdo, Víctor. Tu cabellera suelta cae sobre tu frente limpia y tu mirada profunda. Estás nervioso. Regresas con tu preciosa carga a la misma avenida Colón donde hoy viven Joan y sus 84 años. Tomaste tu guitarra, te despediste de ellas y emprendiste tu último viaje con destino a la Universidad Técnica del Estado, actual Universidad de Santiago. Nadie te vería nunca más.
Te recuerdo, Víctor. Suenan las sirenas. Los Hawker Hunter vuelan rasantes sobre los techos de la avenida Colón, en dirección a Tomás Moro. Vuelan rasantes por sobre los techos de Santiago. Traen la muerte consigo, y la vergüenza nacional, en el terrorífico zumbido de sus metrallas.
Te recuerdo, Víctor. La avenida Ecuador huele a sangre y destrucción. Suenan las sirenas de vuelta al trabajo. Pero el trabajo es un gigantesco útero donde se engendra la muerte vestida con diversos ropajes. Tu guitarra ha enmudecido y la vida se eterniza en cinco minutos.
Te recuerdo, Víctor. Vas a encontrarte con ella; con ella, con la muerte artera. Pero tú no lo sabes. Cómo podrías saberlo, si tu guitarra y tu música solo cantaban a la poesía. Eras la musa de los menesterosos y explotados de todos los sistemas políticos. Tu canto se tiñó de rojo cuando la cobarde muerte te encontró. Ya no importaba nada.
Te recuerdo, Víctor. Suenan las sirenas. La Moneda se desangra en lamentos de cemento, mientras el fuego la mitifica. En cinco minutos las llamas, asesinas y voraces, consumen la democracia y obnubilan la Historia de Chile. Tú, tu guitarra y tu música esperan su hora entre los muros perforados de la vieja universidad de la avenida Ecuador. La vida es eterna en cinco minutos.
Te recuerdo, Víctor. Es 12 de septiembre de 1973. La Universidad Técnica del Estado ahora no es nada más que un recuerdo hecho de sangre. Estás en el Estadio Chile, que hoy lleva tu nombre. Vas a encontrarte con ella; con ella. Lo presientes. La negra muerte te espera y tú, caminando, lo iluminas todo. Pero tus asesinos lo ignoran. En cinco minutos la vida es eterna. Tus asesinos te regalaron la inmortalidad.
Te recuerdo, Víctor. Suenan las sirenas que enloquecen la ciudad. El Estadio Chile se llena de ayes, y la sangre de sus torturados y muertos corre fantástica, como en la literatura de Gabriel García Márquez, por sus muros, graderías y pisos. Muchos no volvieron; tampoco tú, que nunca hiciste daño, porque tus sueños tenían forma de guitarra y los construiste con las palabras de tu alma de poeta.
Te recuerdo, Víctor. Fue un 16 de septiembre de 1973. Las sirenas suenan desaforadas y se confunden con las trompetas celestiales. Tu cuerpo acribillado por 44 disparos aparece en un terreno baldío, cerca del cementerio Metropolitano. Te encontraste con ella; con ella. Pero no pudo contigo. La vida te hizo eterno en cinco minutos.
(*) esta columna fue publicada originalmente el domingo 22 de septiembre de 2013 en el diario El Centro de Talca.