(escribe Aldo Roque Difilippo) Hace 234 años nacía en Montevideo Bartolomé José Hidalgo (1788-1822). Su figura, pegada a la gesta artiguista, está unida también al arte campero de aquellos seres anónimos que recorrían la campaña empuñando su guitarra en ruedas de fogón y en pulperías. Hijo de Juan Hidalgo y Catalina Jiménez, Bartolomé, a raíz de la muerte de su padre, debió trabajar desde temprana edad para mantener a su familia. "Ya he dicho -afirma Hidalgo- que soy de una familia muy pobre, pero honrada; que soy hombre de bien y que esto es todo mi patrimonio".
De su vida poco se sabe, salvo que recibió, como era común en la época, cierta instrucción de los padres franciscanos. En 1803 se emplea en la tienda de don Martín Artigas, padre quien fuera su gran amigo José Artigas, futuro "Protector de los pueblos libres". Trabajando luego en el Ministerio de la Real Hacienda (1806), hasta que en 1807 participa contra los invasores ingleses en la refriega de El Cardal. En 1811 se suma a las filas artiguistas combatiendo en Paysandú y Salto. Por esta fecha compone la "Marcha Oriental", cuando formaba parte del Éxodo del Pueblo Oriental, y que fuera considerada la primera canción patriótica de nuestra Provincia.
"Orientales la Patria peligra
Reunidos al Salto volad
Libertad entonad en la marcha
Y al regreso decid Libertad…"
Expresaba Hidalgo en esos versos que le merecieron ser declarado "benemérito de la Patria" por el Primer Triunvirato. De aquella época corresponden también sus famosos cielitos, cuando los patriotas sitiaban Montevideo.
Tres años después, en 1814, es designado Secretario interino del Gobierno civil instituido por los porteños, siendo transferido, después, a la Administración de Correos.
Durante el período de la Provincia Oriental autónoma, el Gobernador Otorgués le dio el cargo de Ministro interino de Hacienda, y más adelante Oficial mayor de la misma dependencia. En ese año, el 30 de enero de 1816, la Casa de Comedias representa su obra "Sentimiento de un patriota", que obtuvo un rotundo éxito por lo que casi de inmediato, se le nombró Director del mismo teatro.
Durante el período netamente artiguista, Hidalgo escribió un segundo unipersonal, "Idomeneo", cuya autenticidad se ha puesto en duda; la "Marcha Nacional" (1816) en respuesta a las invasiones de Lecor, y el "Cielito Oriental" contra los portugueses, en agosto de ese mismo año.
Con la entrada de Lecor a Montevideo al frente de las tropas portuguesas, Bartolomé Hidalgo pasó a ser censor de la Casa de Comedias, por lo que su situación se volvía insostenible, decidiendo radicarse en Buenos Aires. Allí publica su "Cielito patriótico para cantar la acción de Maipú", y otro personal, "El triunfo". Un año después su "Nuevo diálogo patriótico". A las que le siguen "Cielito patriótico" (del ejército libertador del Alto Perú), "Al triunfo de Lima y el Callao", "Diálogo patriótico interesante"; hasta su última producción "Relación de las fiestas mayas" (1822). Una afección pulmonar lo obligó a radicarse en el caserío de Morón, donde muere el 28 de noviembre en una pobreza total. Fue enterrado en el cementerio local, pero en el transcurso de los años su sepulcro no ha sido individualizado. "Su cadáver ha sido pasto de la fábula -expresa el escritor Falcao Espalter-, pues nadie sabe aún donde fueron a parar los tristes huesos de aquel hombre", pero como lo dice Nicolás Fusco Sansone "su voz al hacerse canto en la memoria del pueblo, conquistó la verdadera inmortalidad que resiste todos los silencios y todas las envidias: la del espíritu que crea obra auténticas, en torturada soledad alejada de las tardías -para los austeros- consagraciones oficiales".
INTERVENIR EN LA REALIDAD
"Hidalgo será siempre su Homero", expresaba el Gral. Bartolomé Mitre en una carta a José Hernández, refiriéndose al género gauchesco. Ricardo Rojas en la Historia de la Literatura argentina (1948) lo describe "vestido de chiripá sobre su calzoncillo abierto de cribas; calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; terciada, al cinturón de fernandinas, la hoja labrada del facón; abierta sobre el pecho la camiseta oscura, henchida por el viento de las pampas; sesgada sobre el hombro la celeste golilla, desafinada a servir de banderola sobre el enhiesto chuzo de lanceros; alzada sobre la frente el ala del chambergo, como si fuera siempre galopando la tierra natal: ennoblecida la cara barbuda por su ojo experto en las baquías de la inmensidad y de la gloria. Una guitarra trae en la diestra que tiempo atrás esgrimiera las armas de la epopeya americana".
Su obra ha sido dividida en dos períodos: la "poesía militante" (1811-1816), cuyo basamento sería la angustia personal, las pasiones que despiertan los sucesos civiles, y la actividad del poeta como partícipe de estos acontecimientos. La segunda parte, a la que se la ha denominado "poesía expectante" (1821-1822) y que retiene lo mejor de su producción, según el juicio de algunos críticos. Allí su labor se ajusta al ejercicio de sus dotes líricas, ilustrando con piezas de mayor aliento su destreza como comentarista y la fuerza de su personalidad para el planteamiento de su tema. Es una poesía que vale como arma, por su contenido y funcionalidad política o bélica. Poesía que interviene en la realidad, que intenta transformarla o dirigirla en un sentido definido. Tal como queda retratado en un relato de la época recopilado por Juan C. Legido (Los papeles de los Ayarza, 1988). Allí un forastero describe "una casa de dudosa reputación, mezcla de mesón, taberna y teatrillo" donde "una mujer alternaba las danzas que pretendían acercarse al flamenco (…) con el canto de unos "cielitos" de un tal Bartolomé Hidalgo". Espectáculo seguido por la participación de "dos hombres provenientes de la campaña" que "se pusieron a cantar unos diálogos muy desafinados donde descargaron todo el odio contra la metrópoli. No había que ser muy avisado para comprobar que las ideas patrióticas producían estragos en la gente de más baja condición".
Esas ideas patrióticas, difundidas en la voz de los guitarreros fue vehículo de comunicación que corrió por la campaña, propaganda ideal para propagar las ideas revolucionarias en estos personajes que vivían en medio de ese profundo verdor de la Banda Oriental, o en sus escasas poblaciones, al margen y marginados de toda legalidad. Hoy día, la figura del payador tiene otra dimensión, más pegado a la figura de un folcklorista que a la de un trovador que lleva o trae noticias de pagos remotos. Incluso los hay que improvisan sus coplas en algún sitio de Internet. Pero la premisa básica de Hidalgo aún pervive, la del hombre pegado a su tierra, relatando el diario vivir.