(escribe prof.Alejandro Carreño T.) Día de la madre. Ese ser que se confunde en todos los seres, de todos los tiempos, en todos los segundos. Es la madre que yace en la memoria del griego muerto en el asedio a Troya. O “La mujer que no mece a un hijo en el regazo”, como nos dice Gabriela Mistral, pero que aún en su esterilidad, “el lirio le recuerda unas sienes de infante”. Esa madre. No la del comercio inmisericorde que, sin asco, se alimenta como ave carroñera, de la naturaleza humana y sus sentimientos filiales.
Es la mamadre nerudiana “de aquellas dulces manos / que cortaron del saco de la harina / los calzoncillos de mi infancia”; la madrastra de los cuentos infantiles de carne y hueso, no de La Cenicienta. Es la madre-padre de los desamparados de todas las guerras, que en vano espera el regreso de su amado, muerto entre los ecos de la batalla. Esa madre. No la estampada en una tarjeta de plástico como si fuese la madre de un solo día.
La madre-hermana de una ciudad cualquiera, de un pueblo cualquiera, de una calle cualquiera. Esa que reinventa la historia familiar porque, sin quererlo o sin pensarlo, se encuentra en su regazo con un niño que no es su hijo. El olvido y el abandono modificaron su propio destino. Como dice Sofocleto: “Nada hay peor que no tener madre sin ser huérfano”. O como dice el poeta: “¿No oyes, hermana-madre, los latidos del tiempo? / Son mis voces de niño hecho literatura / De adolescente triste en la agonía de cada noche / Son mis voces que te inventan en todos los segundos”. Esa madre.
La que no es portada de ningún periódico, ni nunca será. La que no está entre las cien mejores mujeres del año, ni nunca estará. La que multiplica los panes sin recetas mágicas, ni nunca lo hará, porque desconoce la magia de los recetarios de las modernas economías. La mujer que representa el cuerpo y el alma de la tradición clásica cristiana. Es Eva, “Símbolo de la vida […] madre de todas las cosas, pero en su aspecto formal y material”, y es María, “Desde el punto de vista del espíritu […] madre de las almas”, nos dice Juan Eduardo-Cirlot. Esa madre.
La del día de todos los días. No la de la publicidad corrupta y deformadora, que hizo suya el segundo domingo de cada mes de mayo, por lo menos en Chile, para convencer a los incautos de que ese día se debe ser mejor hijo, y recordar a la madre, con un regalo especial de alguno de los costosos catálogos que circulan, semanas antes, en todos los periódicos. O de la inacabable tanda de avisos televisivos que conducen al consumo y al endeudamiento. No le crea a la publicidad, porque miente y enajena.
La madre negra, la escandinava y la asiática. La indígena hecha de sangre y de letras; la musulmana, la católica, la budista. La madre protestante. La que puebla la tierra y la que vive en el recuerdo. La madre eterna que es una y varias al mismo tiempo, como la poética borgiana y su comprensión panteísta de la literatura. La contemplación más perfecta de la Madre Coraje, de Bertolt Brecht, en su lucha diaria, sin cuartel, contra un sistema político, económico y cultural que la oprime. Esa madre.
Sí, el día de todos los días es el día de la madre universal, sin distinción de clase, raza o religión. Sin rostros mediáticos ni tiendas de selección.
Solo ella, tu alma, y tu razón.