(escribe Aldo Difilippo) Cada 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer, una fecha para reconocer las conquistas sociales en procura de la equidad de género, y fundamentalmente para denunciar lo que está mal o lo que está faltando. Una prédica que parece de estos tiempos pero que es tan añeja como la historia misma de país, y donde numerosas mujeres debieron sortear situaciones extremadamente dolorosas y difíciles para que sus hijas o ellas mismas pudieran acceder a la misma educación, oportunidades y condiciones de vida que los hombres. Basta recordar que si bien la primera Constitución del Uruguay es del año 1830, las mujeres accedieron al derecho a votar en 1938, o sea 108 años después. Si bien hubo una experiencia previa en un plebiscito de 1927, quedó sólo en eso.
Los derechos políticos de las mujeres en nuestro país se habían reconocido en 1917, y si bien desde 1932 estaban habilitadas para votar en las elecciones nacionales, tras la promulgación de la Ley 8.927, ejercieron ese derecho recién en 1938, cuando fue electo presidente Alfredo Baldomir. Elecciones realizadas luego de la dictadura de Gabriel Terra (1933-1938).
Dicho de otra forma para ejemplificarlo mejor, muchas de nuestras abuelas votaron por primera vez cuando eran señoras “hechas y derechas”. La abuela de quien escribe este artículo nacida en 1898, votó por primera vez a los 40 años, que para el año 1938 significaba decir que ya era una “señora mayor” para las costumbres y expectativas de vida de esos años.
“¡Hincaos, ovejas, hincaos!”
Transcribimos a continuación algunos ejemplos de cómo razonaba y obraba la sociedad mercedaria de principios del Siglo XX para tener una aproximación de lo que tuvieron que enfrentarse aquellas valientes mujeres que comenzaron a reclamar sus derechos.
El diario “La Tribuna Popular” del año 1881 daba cuenta que el cura párroco de Mercedes se había dirigido “a la numerosa concurrencia de señoras que asistían al templo” diciéndole: “ ¡Hincaos, ovejas, hincaos!”.
El diario “La Democracia” en 1882 publicaba: “Remedios para que sea constante una mujer: Tómese bien, duros (pesos) bien contados y en un taller de moda derretidos, échese precaución por todos lados y polvos de malicias bien surtidos (…), dos onzas de regaños bien molidos, y de llave de puerta tres puñados, póngase todo a fuego y cúbrase la cosa con regalos, y si quedase floja esta tintura, revuélvase a menudo con un palo”.
José Pedro Barrán en “Historia de la Sensibilidad en el Uruguay” transcribe unos versos publicados en la prensa de la época:
“La mujer que buen marido aborde
borde.
Para que su honra no se manche
Planche.
Si el amor propio la acosa
cosa.
Y si sus deberes sabe
lave.
Pues para casarse un día
quien quiera encontrar la clave
es preciso que a porfía
borde, planche, cosa y lave”.
El historiador, periodista, político y pedagogo uruguayo. Isidoro de María, diputado por Soriano, y padre de Dermidio y Alcides (quienes fundarían “El Río Negro”, el primer diario que tuvo Soriano) opinaba en 1891: ”La aguja es el instrumento de trabajo de la mujer”. Coincidiendo con el diario “El Mensajero del Pueblo” (1871) “la mujer sin dedal es un ser horrible”.
“Sería mejor contemplarla con la escoba en la mano”
En esa sociedad cerrada y opresiva debieron combatir las mujeres de los primeros años del Siglo XX. Hablaron de feminismo cuando ni siquiera se había inventado esa palabra, enfrentándose a todos y hoy, lamentablemente son olvidadas, o apenas recordadas en alguna calle de Mercedes que transitamos muchas veces sin saber la dimensión que tuvo ese personaje.
Una de esas mujeres fue la maestra Glafira Francia.
Comenta el Prof. Washington Lockhart en su libro “Historia de la Escuela en Soriano” (1957): “Fue Glafira Francia una feminista decidida, y sus intervenciones públicas debieron vencer prejuicios como los que se evidencian en el párrafo que extraemos de «La Reforma» en 1882: ‘Que el hombre suba a la tribuna para defender tales o cuales ideas, se le admite y tolera, porque al fin y al cabo es el hombre; pero que lo haga una mujer es cosa fuera del común sentido’; y agrega luego el articulista: ‘Sería mejor contemplarla con la escoba en la mano, sacando las telarañas de su aposento; o en la cocina, estregando con el estropajo los platos y cucharas.’...”
Estallido de procacidad
La sociedad actual les debe a estas valientes mujeres de finales del Siglo XIX y principios del XX gran parte de las conquistas sociales y culturales que gozamos. Por eso es buen pretexto extractar algunos párrafos de un artículo publicado en la Revista “Solar Chaná”, en agosto de 1949 donde se hace una semblanza de otra de estas feministas del Siglo XIX mercedario: Rita Díaz Ferreira de Lasconotegui.
“Niña de la escuela pública en 1874, dejaba ya oír sencillas alocuciones en festivales escolares” comenta la revista “Solar Chaná”, presumiblemente su director el Dr. Edelmiro Chelle, ya que esta nota carece de firma. “En noviembre de 1881, los socios del docto Club Progreso pusieron la piedra fundamental al edificio propio, de calle 18 de Julio. Con tal motivo, y en su local primitivo, el Club combinó para dicho mes brillante programa de varias actividad literaria y artística. Asidua animadora de ese ciclo, igual que continuara siéndolo años después, fue la joven Srta. Rita –quien ocupó la tribuna en el estrado que presidía la austera figura del Dr. Mariano Pereira Núñez (…) Esa tarde, desde tribuna tan prestigiosa por cuanto al Club Progreso le estaba acreditada en el consenso intelectual del país rectora misión de Ateneo. –Rita Díaz Ferreira aventuró su avancismo y espíritu liberal en pronunciamiento categórico, como nunca antes lo hiciera. Con firme acento abordó el tema, de suyo escabroso, para un medio eminentemente católico como el local. “Influencia del catolicismo en la educación”, desenvolviendo su pensamiento con comunicativa convicción. Sus conceptos, máxime en boca de mujer, produjeron estupor en gran parte de la concurrencia, poco habituada a que cosas tales se expusieran crudamente, aunque las revistiera ropaje de bella forma. En muchos pasajes de la conferenciante, menudearon murmullos en el auditorio femenino y -valga la expresión de un cronista- mantuvo asedio con “verdaderas bombas de conceptos que escandalizaban al bello sexo, adalid del fanatismo ultramontano”. Resultó una desbozada pieza anticlerical y en días siguientes, los periódicos “El Oriental” y “El Porvenir”, la fustigaron reciamente, y Juan Ma. Blanch, periodista bastante ágil, reclamó de la Directiva del Club que creara una comisión de censura, destinada a prevenir lo que él estimaba fue estallido de procacidad y despropósitos verbales (¡?).- “El Oriental”, insertó carta suscrita por Rita, en que les notificaba a sus impugnadores que no la inquietaban esos ataques, concretados unos en la guaranguería y esgrimiéndose sofismas de otros; y les recordaba que, si realmente se sentían firmes en convicciones, como ella lo estaba en su posición principista, pudieron rebatirla en el acto de la conferencia que no les estaba impedido –y concluía invitándolo a la discusión pública desde la propia tribuna del Club, por cuanto éste –dada su tendencia liberal- no se negaba para iluminantes controversias”.
Más adelante agrega esta nota de la revista “Solar Chaná”: “su intervención en los memorable actos culturales del club Progreso, fue frecuente y prestigiosa, llegando en uno de ellos a sorprenden –inclusive a los hombres- cuando postuló, afirmándola en medular argumentación, la exigencia de derechos civiles y políticos para la mujer como criatura humana consciente y pensante, tan capacitada moral como mentalmente para los trances de la vida”.
Mujeres inteligentes y con coraje, que enfrentaron a una sociedad machista, gobernada por unos pocos, y que han sido prácticamente olvidadas.
Señoras de gruesas figuras y vestidos encorsetados, que hoy vemos como personajes extraños y recatados, y de quienes deberíamos tomar ejemplo de su pasión y coraje.