(escribe Ing. Agr. Ariel Asuaga) Ya hace mucho tiempo que trato de entender algunos aspectos ambientales vinculados a mi trabajo de agrónomo. En la Facultad no me enseñaron nada al respecto. Me formé en el auge de la Revolución Verde, la cual mereció un Premio Nobel a su impulsor (Norman Borlaug). Mucha gente pudo alimentarse gracias al mayor rendimiento de los cultivos. No obstante la revolución se transformó en agricultura industrial que meramente busca rentabilidad, con independencia de la conservación de los recursos naturales o de los ecosistemas de que se apropia. Tampoco fue capaz de conservar a los agricultores ni resolver hambrunas que no se debían a falta de alimentos, sino a falta de dinero para comprarlos, como demostró otro premio Nobel, Amartya Sen
Este tipo de agricultura funciona llevando los límites más allá de lo sostenible. Es verdad que se alimenta mucha gente, pero si esos límites fueran respetados, solamente se podría alimentar a la mitad de la población actual. Me refiero, por ejemplo, a límites tales como el uso y abuso de fertilizantes, agroquímicos, erosión del suelo, erosión genética, etc.
Hay quienes agitan el fantasma de Malthus y hablan de capacidad de carga. Más bien hay que hablar de desorden, de áreas excesivas de agricultura dedicadas a la alimentación de animales o para fabricación absurda de biocombustibles, de grandes desperdicios de comida, de dietas desequilibradas. En realidad sería posible alimentar correctamente a más de 10.000 millones de personas si hiciéramos las cosas bien. Es una falacia decir que se hace este tipo insostenible de agricultura industrial para alimentar a la humanidad. Se hace porque es negocio.
Leía en un libro de CEPAL (La tragedia ambiental de América Latina y el Caribe) que los temas ambientales necesitan llegar a ser sujetos políticos. En nuestros países hay urgencias como trabajo, vivienda, salud y educación que hacen ver a los problemas ambientales como no prioritarios. Sin embargo, ¿para que querríamos todas esas cosas sin un mundo habitable?
También fui joven en un tiempo en que la izquierda buscaba un hombre nuevo y que se fue degradando hacia un modelo de “desarrollo sostenible” bajo principios neoliberales, que llaman mercado a los intereses de los inversores. Luego hay que atender esos intereses, con zonas francas, trenes, puertos, carreteras y cambios en el uso del suelo y permanecer de pico abierto para capturar las migas.
El libro de la CEPAL también alerta sobre trampas semánticas. Todo discurso moderno debe incluir palabras vacías como sustentable, sostenible, ecosistémico, resiliencia, economía verde, economía circular, bioeconomía.
En el informe del estado del ambiente, de 2020 del Ministerio de Ambiente indica que un 26% de los suelos tienen alguna forma de degradación, la cual se asocia a la agricultura de secano, el arroz y los cultivos forrajeros. Un 65% de los suelos permanecen estables y corresponden a campo natural. En el lapso os que abarca el estudio, el principal cambio de uso del suelo verificado, fue un 9% de disminución de dicho campo natural. Esto suena como si un país petrolero incendiara sus pozos. También vemos en ese informe que muchos sitios tienen niveles inaceptables de nutrientes en el agua, lo cual provoca problemas de cianobacterias, por ejemplo.
Hay un 8% de suelos que mejoraron, lo cual corresponde al uso forestal. A su vez, Uruguay contribuye a reducir el calentamiento global con una captura de CO2 de 5807 Gg, lo cual en gran medida se debe a la captura de CO2 de los árboles.
Una mirada atropellada diría que hay que limitar a la agricultura o promover la forestación. Sin embargo, lo racional y sensato es desarrollar sistemas que busquen contemplar los distintos aspectos, generando una síntesis que culmine con una verdadera producción sostenible, es decir que sea capaz de producir hoy y conservar para mañana.
Otra mirada atropellada en el mundo indica que los bovinos son muy perjudiciales debido a sus emisiones de metano, gas de elevado efecto invernadero. Los ganaderos se enojan y comparan las emisiones de sus vacas con las de los autos. Una vez más el enfoque es equivocado. Negar el problema no es inteligente. Lo lógico es atacarlo para mitigarlo e informar al mundo de lo que hacemos y qué otras contribuciones positivas realiza la ganadería al ambiente y a la alimentación saludable. Nuestras vacas comen un alimento (pasto) que de otro modo sería inútil, en tierras que no son aptas para el cultivo. A su vez estas tierras son reservorios de diversidad, filtran agua, frenan la erosión y conservan un importante patrimonio genético. Nuevamente, el enfoque es sistémico: integrar árboles con pasturas de alta calidad, ajustes de carga que eviten tener animales improductivos, promover la calidad de las pasturas, moderar la fertilización, manejar el nitrógeno, producir alimentos sanos en una tierra sana.
Nada es fácil; menos aún en un país donde más del 90% de la superficie se encuentra en manos privadas cuyos intereses son individuales. Aún no tenemos problemas graves, pero la acción desconcertada de los agentes económicos en busca de beneficio nos aleja de las soluciones integradoras. Necesitamos que los aspectos ambientales tengan peso político y que la sociedad valore el entorno en el que vive. En sociedades muy desiguales siempre vendrán grandes inversores a usar nuestros recursos naturales e impondrán sus condiciones. La necesidad tiene cara de hereje, se dice, pero también nos enseñaron en la escuela que el precio de la necesidad es muy bajo para entregar el patrimonio.
Bibliografía consultada
- Informe del Estado del Ambiente 2020. Versión preliminar. Ministerio de Ambiente.
- La tragedia ambiental de América Latina y el Caribe. Libro-Cepal-Serie Libros de la CEPAL 161. Octubre 2020.