(escribe Federico Marotta) Se me viene el decálogo del maestro Quiroga: “no escribas bajo el imperio de la emoción”. Es que en estos días tenemos alterados nuestros sentimientos. Quiero equivocarme otra vez.
La salud está primero, frase clásica aplicable a los estados.
Si estás mal de salud vas al médico.
Las epidemias nos avasallan cada tanto y ésta lo ha hecho con una fuerza que no esperábamos. Las epidemias matan constantemente en tantos países, pasa que esta vez nos tocó (¡ah! recordado Niemoller que se le atribuye a Bertolt...).
La economía quiebra y las consecuencias harán que tengamos que comenzar de cero una vez más. Estamos acostumbrados, hablo en general pero sé que muchos no han necesitado hacerlo nunca y otros la tienen más fácil dependiendo de sus empleos.
La humanidad a prueba y el aprendizaje deberá ser claro apenas podamos estar en posibilidad de superar la situación. Memoria hará falta.
Cada vez que en un futuro decidamos algo, planifiquemos, valoremos, nos enojemos o lo que sea, siempre será de buena base recordar el tiempo de la pandemia.
Hoy estoy confinado. No puedo salir de casa, mucho menos puedo viajar. Puerto y aeropuertos están cerrados. No puedo ir donde quisiera y la incertidumbre o impotencia dan paso al miedo.
Nos hemos marcado fechas del fin del mundo por distintos motivos. En realidad algún día será el fin de la raza humana, el planeta seguirá vaya a saber en qué formas vivientes y quién sabe cómo nos recordarán. Tal vez la vida primitiva nos hubiera hecho más felices.
No sé si es el encierro pero la situación hace que piense que debemos revolucionar nuestra manera de vivir. No hacemos más que destruir el medio ambiente, unos pocos expolian países, capitalizan riquezas, no les importa el colectivo.
La naturaleza está ocupando lugares incluso en las ciudades. Está limpiando el planeta con nosotros encerrados. Basta simplemente esto para sentirnos culpables.
¿Nos acordaremos cuando superemos estos tiempos?
El esfuerzo colectivo es lo mejor en la paradoja del aislamiento. Poca cosa nos piden para detener el virus y defender a los que sí tienen que salir a trabajar.
Igual hay quejas por los inconscientes que salen a pasear y así pensamos que no hemos sabido construir un pensamiento colectivo solidario ni siquiera para casos así. Prima la demostración individualista y competitiva que nos han impuesto. Hemos fracasado.
Es posible entonces que, después de los tiempos de la pandemia, profundicemos en la simpleza de odiarnos. Porque eso estamos haciendo siempre y cada vez con más frecuencia y pasión. Se han creado nuevas formas de comunicación donde ya todos somos comunicadores, periodistas o lo que queramos. Las nuevas formas nos han llevado a odiarnos cada vez más, a la intolerancia.
Defendemos un equipo de fútbol profesional o un partido político odiando al oponente. Divide en dos y vencerás, mirarán de arriba viendo como el hermano se odia entre sí. Las mismas opiniones se acomodan en la conveniencia de tener que defender falsas idolatrías. Hemos sido derrotados con todo éxito.
Ante las dos opciones es más fácil tirar odio, querer dejar en evidencia lo malo del oponente. No importa que digas el motivo por el cual amas tu bandera, importa más el odio y de esa forma te estás odiando a ti mismo.
Hemos fracasado como sociedad, todos. La pandemia nos lo escupe en la cara. La naturaleza está feliz por nuestro fracaso. También ha fracasado el sistema económico y la organización política. Es el momento ideal para una utopía, para nuevas formas de convivencia. Lo querrán impedir y porque sobran cómplices.
Venceremos al virus a costa de muchos muertos.
Me pregunto si algún día podremos vencer el odio que le tenemos al que piensa diferente.
Si algún día podremos ver más allá de las eternas dos opciones que nos imponen.
Es bueno amar una estructura colectiva pero también me pregunto si algún día podremos tener pensamiento propio, sin líderes, sin colores, sin odios.
Vaya a saber si dentro de seis meses nos acordemos de los tiempos de la pandemia.