8M 2020
Es 8 de marzo y vamos llegando... pero no llegamos en bloque. Llegamos como la marea; no hay una ola que sea igual a la otra. Algunas vienen más rápido y rompen fuerte en la orilla, desbordando espumita blanca. Otras vienen más lento, con la calma del ruidito del agua. Algunas más altas y vistosas, otras más bajitas y hasta imperceptibles. Algunas vienen de corrientes heladas y llegan para refrescarlo todo, otras son aguas calentitas que alivian los dolores. Las olas van y vienen, como si a cada paso que avanzan revisaran un poco su historia, como si tomaran carrera para llegar más lejos, como si fueran a buscar a las otras para llegar todas juntas. Las olas se nutren las unas de las otras, comparten sus aguas para ser marea. Nunca se ha visto una ola sola; cuando aparece una ola, al ratito aparece otra y otra. Las olas son todas diversas, pero inseparables: la marea es una y es hermosa porque lo tiene todo. Llegamos y nos encontramos. Nos miramos, nos reconocemos. Tenemos puestos los lentes violetas. Esos que nos invitan a no juzgarnos ni etiquetarnos. Los lentes violetas son como los lentes del cine 3D: nos ayudan a vernos desde otra perspectiva, nos habilitan a conocer mejor nuestros cuerpos, nuestros pensares y nuestros sentires. Los lentes violetas son una invitación a afinar la mirada, para ver y comprender lo que a veces pasamos por alto, lo que asumimos como natural y se nos hace invisible. Compartimos la intención de ver más allá, de no quedarnos con las apariencias que nos separan, ni con los modelos que nos oprimen. Los lentes violetas amplían nuestro campo visual, rompen estereotipos; nos muestran que la esencia va por otro lado, mucho más rico que las imágenes de las revistas. Los lentes violetas hacen saltar los cordones del corset, resignifican la belleza, dan rienda suelta al deseo y jerarquizan el placer. Los lentes violetas no se compran ni se venden en el mercado, son una artesanía que se construye en colectivo y nunca se termina. Así llegamos, como marea. Así nos vemos, para encontrarnos. Así miramos, como aprendiendo. Así decimos, a viva voz: Somos diversidad de cuerpos e identidades que sufrimos la opresión del patriarcado, ese sistema que nos obliga a ser y hacer a su servicio, nos utiliza, nos acosa, nos viola, nos desaparece, nos mata. No son casos aislados ni lejanos: en lo poquito que va de este año, hubo casos de violación acá muy cerquita, casos de mutilación genital en el este, femicidios atroces en varios lados. Todo eso tiene base en las violencias estructurales y cotidianas que sostienen a este sistema. Luis Miguel cantándonos “porque quieras o no, yo soy tu dueño”; los bailes al son de “matalá, matalá, matalá, matalá, (sí, 4 veces!) no tiene corazón, mala mujer”; el acoso callejero bajo el rótulo de “piropo”; la idea de que hay cosas que no son para nosotras y nosotres; la sobre carga con las tareas domésticas y de cuidado; el ninguneo y la estigmatización de nuestros movimientos y formas de expresión política; las amenazas hacia nuestras manifestaciones. En tiempos donde la violencia crece desde arriba y desde abajo, el poder de los medios, del estado, del mercado, de las fuerzas represivas, cae con todo sobre nuestros cuerpos e identidades. Nos encuentra en manada y en alerta, con la firme convicción de que amar la vida y la libertad es el corazón del feminismo. Frente al mandato de ser sumisas, ofrecemos digna desobediencia. No hacemos caso al deber de estar “quietitas y calladitas para vernos más bonitas”, defendemos el derecho de libre auto-determinación de los pueblos, en todo tiempo y en todo lugar. No nos va el autoritarismo que resguarda privilegios y reprime lo que no le sirve. No nos van los modelos de producción y consumo que arrasan con la naturaleza y amenazan todas las formas de vida. Apostamos a los modos de vivir y producir que permiten a nuestras comunidades ser soberanas, satisfacer las necesidades de todas las personas, trabajar y vivir dignamente. Frente al mandato del sacrificio por los demás, desbordamos deseo y nos permitimos gozar. Frente al mandato de no juntarnos “porque no sabemos hablar sin que se arme lío”, apostamos a la política del encuentro y el afecto. Frente al mandato de meterse cada cual en la suya y vaciar lo comunitario, habitamos los espacios públicos para construir convivencia. En este 2020, en este 8 de marzo, aquí y ahora, desde el encuentro y desde el afecto: No somos bloque, ¡somos marea! No estamos de antojo, ¡tenemos derechos! ¡Amamos la vida y la libertad! ¡Deseamos y hacemos! ¡Existimos y resistimos para liberarnos! ¡Todes juntes, todes libres!