Los uruguayos estamos viviendo una etapa de la sociedad en la cual vamos quedando sin grandes mitos, pasiones, costumbres y sentimientos que nos agrupen, que nos hagan comulgar, todos, en un solo deseo que nos apasione y nos impulse a perseguirlo, y que en esa persecución del sueño colectivo, compartamos y nos unamos, que nos reconozcamos, nos comprendamos y borremos la individualidad.
La sociedad de consumo, los cambios de costumbres, la visión individual del éxito, los entretenimientos en casa, los servicios a domicilio, la propia comodidad que van adquiriendo nuestros hogares y la disponibilidad del mundo en casa a través de Internet. O sea, cosas buenas, pero que nos hacen compartir menos con nuestros iguales; vecinos, familia, amigos, simpatías, hinchadas, correligionarios, etc.
Sin embargo, nos queda una que sí logra juntarnos a todos. Apasionarnos, soñar, compartir, buscarnos entre nosotros, y especialmente, asumir un proceso de largo plazo con altas y bajas, pero que nos plantea un objetivo permanente y que nos hace creer.
La Celeste.
Lo que se ha logrado con un proceso claro, bien expuesto, apoyo institucional, estructura, estabilidad, y una conducción extraordinaria, basada en valores humanos, compromiso, mística, humildad, entrega total, solidaridad, compañerismo, y adaptación a lo que es posible para un país pequeño y con limitaciones económicas; es maravilloso.
Cuando todo es mirado por la sociedad y sus dirigentes con visión hipercrítica, desde intereses particulares y sectoriales, sólo este proceso nos da esperanza y marcar un camino a los uruguayos.
Lo del Maestro OWT -que es maestro- es esencialmente serio, cargado de valores humanos, exigentes y claros. El Maestro lidera, trasmite, transfiere, une, compromete, pero especialmente nos ilusiona y nos apasiona, como nada lo consigue hoy día. En tiempos políticos, de ideales individuales, consumismo y búsqueda frenética de "el pelo en el huevo”, "la quinta pata al gato”, la sospecha permanente, reglas basadas en lo negativo, el cuestionamiento fácil, la falta de comprensión, de solidaridad, la falta de positivismo; logran que los actores sociales se frenen, que su energía creativa se gaste, el temor a equivocarse prevalezca y se pierda la confianza.
De todos estos males nos salva el Proceso del Maestro: La Celeste. Creemos en ella, nos ilusiona y apasiona, une familias, generaciones, amigos, vecinos, anónimos y conocidos, montevideanos y “canarios”, mujeres y varones, pobres y ricos, negros y blancos; a TODOS. Entendemos que esencialmente somos todos uruguayos, nos sentimos fuertes, asumimos que podemos ganar o perder, valoramos el mejor esfuerzo como compromiso suficiente si no se puede. Asumimos nuestra condición humana -podemos equivocarnos- nuestra condición de uruguayos -somos chiquitos-. Nadie dice que somos los mejores, decimos que estamos tranquilos porque se dará todo lo que hay, capaz que no ganamos pero no importa si ponemos. Estamos tranquilos, bien representados, podemos soportar una derrota y seguir adelante. Creemos.
Hay mucho para aprender en este proceso, aplicable a todos los órdenes de la vida, y a la sociedad oriental del Uruguay. Acá en este rincón del mundo cuando juega La Celeste juegan tres millones.
Apliquemos esto a todas las tareas que generan la felicidad pública, no necesitamos ir a aprenderlo en otro país, en las grande universidades del mundo, o en ningún organismo internacional. Tenemos un Maestro acá.