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15 de November del 2018 a las 15:10 -
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Ida Vitale obtuvo el Premio Cervantes 2018
La poetisa  es la segunda uruguaya en obtener  esta distinción. El  primero fue  Juan Carlos Onetti.  Transcribimos  una entrevista en su última visita  a la ciudad de  Mercedes en el año 2002.

La poestisa uruguaya  Ida  Vitale  ganó  el  Premio Cervantes  2018 por "su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía" y por tener una trayectoria "de primer orden".  Así lo  anunció  el  Ministro de Cultura español José Guirao.

Como se  sabe el Premio Cervantes  es un premio de literatura en lengua española concedido anualmente por el Ministerio de Cultura de España  a propuesta de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Ida  Vitale  es  la segunda  uruguaya  que  lo  obtiene. En  1980 Juan Carlos Onetti había  obtenido  la misma  distinción. Además  Vitale es  la quinta mujer  en recibirlo. Ya  lo habìan  ganado  las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010), la cubana Dulce María Loynaz (1992) y la mexicana Elena Poniatowska (2013).

Así  anunció   el  Ministro de Cultura español José Guirao que el Cervantes  2018 recaía  en  Ida Vitale:

En  agosto del 2002,  Ida  Vitale  visitó  por última  vez  la  ciudad de  Mercedes, acompañada  de  su  esposo, el también  poeta Enrique Fierro. En esa  circunstancia  tuvimos la  oportunidad de  entrevistarla  sobre la poesía  y su  quehacer  literario.  Entrevista  que reproducimos  a  continuación.

 

Ida Vitale: la llamada de la poesía

Por Aldo Roque Difilippo

 Ida Vitale nació en Montevideo (1923), siendo catalogada como una de las principales voces de la generación del 45. Entre otros libros ha escrito La luz de esta memoria (1949), Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Paso a paso (1963), Oidor andante (1972), Fieles —antología— (1977), Jardín de Sílice(1980), Elegías de otoño (1982), Entresaca (1984), Sueños de la constancia(1988), Serie del sinsonte (1992), Paz por dos (1994), Léxico de afinidades(1994), Donde vuela el camaleón (1996), Jardines imaginarios (1996), Procura de lo imposible (1997). Destacándose además por su labor crítica en El País, Marcha, Época, Jaque y, entre otras, en las revistas Clinamen, Asir, Maldoror, Crisis de Buenos Aires, Eco de Bogotá, Vuelta y Uno más Uno de México, El pez y la serpiente de Nicaragua.

Entre 1974 y 1984 el forzado exilio, producto de la dictadura militar, la alejó del país. Vuelta a Uruguay dirigió la página cultural del semanario Jaque. En la actualidad, y desde 1990, reside una temporada cada año entre Montevideo y Austin (Texas). En su última visita a Uruguay la oportunidad fue propicia para dialogar con ella sobre la poesía y “la generación crítica” que integró y que significó un quiebre en la intelectualidad nacional, cuya marca aún pervive.

—¿Qué autores, o que influencias, recibió usted cuando se inició a escribir? ¿Qué influencia más importante puede marcar?

—Bueno, las primeras influencias no son siempre las que quedan.

—Pero marcan.

—Sí, de pronto… Discutía mucho con un tío mío que le gustaba (Rubén) Darío, y yo decía que no, que era mejor (Amado) Nervo. Pero eso era cuando tenía 12 años. Así que empecé equivocada. No siempre las influencias primeras son las decisivas, provocadas por la cercanía de un libro. Por ejemplo los poemas de (Edgar Allan) Poe, traducido, luego no desemboca en nada bueno.

—¿Y hoy en día qué influencias siente en su obra?

—Tengo tantas que no podría decir cuál. Todo lo que uno ha leído, de alguna manera habrá servido, se supone. Preferencias sí, uno podría establecer una línea de preferencias a través de la literatura del mundo que siempre va por una poesía más despojada, con menos adorno, más esenciales en cuanto a temas o a palabras.

—¿Qué sentido o que finalidad tiene, si es que la tiene, la poesía en la sociedad actual? Porque se dice que vivimos en un mundo donde la gente no consume poesía.

—Eso lo tendrían que decir o los que venden libros, o los que los promocionan. Para mí, el sentido mayor es hacer algo que no puedo dejar de hacer. Uno siempre lo hace además con la esperanza de que eso sirva para algo, pero sin mucha convicción tampoco.

—¿Cuál es la respuesta que usted recibe?

—Uno no siempre se entera de lo que el lector piensa, a veces de cuando en cuando uno recibe una respuesta positiva, pues, eso vale por todos los silencios que en realidad suele haber. Porque en general la gente es también muy discreta. Uno pierde esa espontaneidad, porque piensa que hay tantas capas entre el poeta y el lector que es difícil atravesar, y sin embargo creo que a todo el mundo le satisface saber que en algún lado alguien está recibiendo eso, sea por lo que dice, sea por la forma, sea por lo que sea.

 

La llamada de la poesía

—¿Qué elementos se ponen en juego en usted para tentarla a escribir? ¿Cuál es el disparador?

—Nunca es un mismo. Una vez me pasó anotar algo en un boleto de ómnibus. Pero bueno, pueden ser muchos. Muchas veces la indignación ante algo. Quiere decir que eso está durmiendo y de repente sale, y cada uno responde de manera distinta a esa llamada de la poesía.

—Si ahora entrara una persona y le dijera que desea iniciarse en la poesíay le pidiera un par de consejos para iniciarse, ¿qué recomendaciones le haría? ¿Por dónde empieza esa búsqueda?

—Bueno no se si tiene que ser una búsqueda. Hay una cosa que decía Juan Ramón Jiménez que siempre la recuerdo como un consejo: escribir y guardar, y olvidarse de lo que uno escribió y verlo como de otro, y sobre eso corregir. Ahí uno ve con más lucidez, o con más frialdad. No basta con crear. Hay que aplicar la tijera, la corrección. Pero no hay fórmulas. Así como hay poetas que empiezan a escribir muy temprano y luego se agotan, no escriben más, o la vida los lleva para otro lado como el caso de (Arthur) Rimbaud, hay otros que empiezan a escribir muy tarde. Incluso (Rubén) Darío, con el enorme poeta que es, cuando uno tiene la obra completa resulta que lo que realmente se lee son los poemas a partir de un momento, lo otro es como preparatorio. O (Pablo) Neruda. Hay primeros libros que luego quedan archivados, e incluso los 20 poemas de amor uno los lee, por lo menos yo los leí, en una época de mi vida, y luego no volví sobre ellos. Sin embargo hay gente que los prefiere a lo que para mí son los grandes poemas últimos de Neruda. Así que también el propio autor puede equivocarse en el juicio respecto a la obra, de repente eliminar algo que encuentra también su público.

 

(*) entrevista originalmente  publicada  en la revista venezolana Letralia.

 
 
Foto 1:agosto  2002, junto a  su  esposo Enrique Fierro, en su  última visita  a  la ciudad de Mercedes.
 
Foto 2: Wikipedia
(1866)


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