Reflexión aportada por la Directora de la División de Políticas de Género del Ministerio del Interior, Crio Mayor. Lic. July Zabaleta.
Uruguay pasó de registrar a nivel policial 6.802 denuncias de violencia doméstica en el año 2005 a 12 años después, finalizar el año 2017 con más de 39.000 denuncias de violencia doméstica. No creemos que necesariamente haya más situaciones de violencia dentro de los hogares, creemos que esas situaciones están derribando los muros del secreto.
Mucho se ha trabajado para que seamos cada vez más concientes del problema y para que hablemos de él y pidamos ayuda. La violencia doméstica más que un tema privado es problema de todos y exige nuestra voluntad para resolverlo. Para avanzar en este proceso de información y sensibilización, todas las herramientas al servicio de la comunicación han sido y son fundamentales, por ello es imprescindible hacer este alto en el camino, analizar y revisar, para mejorar.
El Estado, las organizaciones sociales, los medios de comunicación, las redes sociales, la ciudadanía en general, tenemos un rol del que no somos muy conscientes todavía, como lo es reconocer y darle valor al propósito de nuestra opinión. A primera vista parece sencillo porque de violencia de género y de femicidios hay muchas y muchos que diariamente hablan de ello en una reunión, en una columna de opinión, en la televisión, en donde sea que surja el tema, opinamos.
Una duda que cobra fuerza en varios espacios por estos días, es si “no estaremos logrando el efecto contrario al deseado, al informar o hablar tanto sobre los femicidios” incluso si un femicidio tras otro, no será por un “efecto contagio 1”, para ello se intenta comparar femicidios con las recomendaciones para el manejo de la información sobre suicidios y quizás esta comparación se deba a que en un importante porcentaje el femicida de pareja o ex pareja, luego se suicida.
El cuestionamiento es válido, sin embargo es fundamental aclarar, que las recomendaciones existentes son enfocadas a la prevención de suicidios en adolescentes y jóvenes y que además en ningún momento se pide “no hablar del suicidio”, sino que las orientaciones son vinculadas a cómo abordar la problemática para aportar a la prevención y más que nada, qué tipo de abordajes o discursos NO son recomendados a la hora de informar.
La fuerza de las palabras
Es una reacción humana y comprensible, que luego de ser testigos de tanto horror generado por personas que parecían como tú y como yo, busquemos escapar, taparnos los ojos y los oídos, para no ver ni oír, tanto dolor y sufrimiento. Pero, muy por el contrario a esta natural reacción, tenemos que saber que es necesario, ¡muy necesario! poner en palabras el dolor. Y poner el tema sobre la mesa merece al menos, plantearnos el “para qué” y la respuesta tiene que ser: prevenir.
Hablar nos permite comunicarnos sin saberlo a veces, con personas que puedan estar pasando por situaciones difíciles, para las cuales no está siendo fácil visualizar un camino para poder salir. Es por ello que jamás podemos permitirnos ni siquiera sugerir, que la violencia y la muerte pueden ser la salida, quien está en problemas no necesita eso, necesita saber que hay otras formas de resolver las cosas, aunque ahora mismo no lo pueda ver. Expresar que es entendible que el femicida “explotara” o “enloqueciera” en las circunstancias en que se encontraba, no hace a la prevención, sino que puede habilitar a quien esté pasando por situaciones similares, a buscar el mismo desenlace fatal en la búsqueda de terminar con su sufrimiento.
No podemos dejar de mencionar también, que compartir ciertas características de la vida íntima de la víctima, sus antecedentes “morales”, si había formado una nueva pareja o si era buena o mala madre, no son más que inconscientes esfuerzos por justificar la conducta del ofensor, como también lo son los comentarios de que él era un buen hombre, buen vecino y buen trabajador que “sólo vivía para su familia”.
Describir al ofensor como un hombre acorralado y devastado por el amor, hace que olvidemos la cantidad de mujeres cuyas vidas fueron arrebatadas por la violencia, justificar implica no empatizar con el horror y el sufrimiento que cargan tantos niños y niñas huérfanos por estos hechos. Es hora. Esos niños, esos familiares sobrevivientes, destrozados por el dolor nos están pidiendo a gritos que dejemos ir la idea de que muerte y amor son atributos románticos.
Las palabras, nuestras palabras, tienen mucha fuerza y la clave está ahí, en reconocer esa fuerza y ese poder para reproducir violencia o generar cambios. Por eso para finalizar quiero invitarte/me a que ante una noticia de femicidio, hagamos un sencillo y fundamental ejercicio antes de comentar:
¿Le dirías a un ser muy querido que el femicidio es una buena forma de resolver sus problemas? Si la respuesta es no, entonces no justifiques el hecho en otras personas. Intenta siempre mostrar que hay otras salidas y que es importante pedir ayuda.
¿Opinarías igual de la víctima de femicidio, si en su lugar estuvieras tu o alguien que amas? Entonces no busques excusas para justificar su asesinato.
Al hijo sobreviviente de esa tragedia ¿le hará bien escuchar lo que tú tienes para comentar sobre su tragedia?
Si llegaste a leer hasta acá, seguramente te estés planteando que la cuestión del “efecto contagio”, no está entonces, en el tema que se aborde, sino en qué y cómo lo decimos. Desde tu lugar, de ahora en más ¿cuáles son los sentimientos e ideas que intentarás contagiar?