Cuando aún no hemos terminado de reponernos del cimbronazo provocado por los repudiables homicidios de dos niñas, ocurridos recientemente y a escasos días de haberse realizado diversas manifestaciones contra la violencia hacia la mujer, otro brutal asesinato cobra una nueva víctima, una joven mujer a manos de su pareja, madre de dos menores, dejando familias devastadas y sacudiendo nuevamente las fibras más íntimas de la comunidad.
Con este asesinato perpetuado por un hombre, en lo que va del 2017 el número de femicidios en Uruguay asciende a 28. En 2016 fueron 24, en 2015, 29 y en 2014, 26. En el 78,3% de los casos, los asesinos fueron parejas o ex parejas y el 21% fueron familiares.
Y en este triste y lamentable contexto cada uno reacciona de diferentes maneras, como puede, con indignación e impotencia.
Y como mecanismo para canalizar tanto dolor se alzan voces, totalmente comprensibles ante tan cruda realidad, reclamando, exigiendo medidas más duras, pena de muerte, cadena perpetua, justicia por mano propia, remoción de ministros, críticas al gobierno, etc.
Paremos! Paremos para hacer una reflexión profunda de esta sociedad que integramos, que nos interpela una y otra vez; paremos para preguntarnos: nosotros, mujeres y hombres, hombres y mujeres qué hacemos, cómo nos comportamos? Paremos de atomizar, descalificar, agraviar en las redes sociales, incluso responsabilizando a las víctimas, buscando culpables. Investiguemos cómo es nuestro relacionamiento con los padres, hijos, hermanos, maestros, compañeros, vecinos etc. Controlemos el manejo de las redes sociales por parte de los niños, dediquémosle el tiempo necesario para el diálogo, fortalezcamos los vínculos de confianza, revisemos y reafirmemos las bases de la familia, prestemos atención a sus conductas y demos credibilidad a lo que ellos nos cuentan.
Paremos con esta cultura machista, donde algunos hombres se creen dueños del otro, de disponer de su vida; paremos con el concepto machista del hombre superior, proveedor, el que defiende, el que gana más, el que manda, al que hay que atender, el que mata.
El femicidio es el lado más oscuro del machismo, entendido como un crimen de odio contra la mujer por el solo hecho de ser tal, es el pariente mortal de la discriminación de género. A pesar de la instrumentación de políticas sociales y leyes a favor de los derechos de la mujer, aún subsisten fuertes resabios de la cultura que enseña al hombre desde chiquito que tiene que ser macho, que tiene que hacerse respetar, que llorar es síntoma de debilidad, que la mujer es inferior y que debe continuar subordinada a su poderío intelectual y económico.
Asumir la lucha contra el machismo no es sencillo porque implica poner en marcha un cambio cultural que requiere un enorme esfuerzo educativo.
La violencia contra la mujer se ha convertido en una verdadera epidemia en la sociedad, que responde no a hechos aislados, sino que es social y generalizada por una escala de creencias marcadas por el machismo salvaje, propio de una sociedad patriarcal donde la figura del hombre tiene un prestigio inversamente proporcional al de la mujer.
El agresor generalmente y según estudios, es un individuo criado dentro de una cultura machista, cuyo objetivo es mantener el control sobre una mujer hasta lograr su subordinación, resultado de desigualdad social y económica entre los géneros.
El femicidio en Uruguay y en el mundo no es un problema de las mujeres, es un problema de TODOS.
No habrá solución sólo por medio de acciones punitivas o de leyes, no habrá solución si no nos comprometemos todos a revisar profundamente nuestras actitudes y formas de relación entre padres/hijas, hermanos/ hermanas, hombre/mujer.
Es necesario un cambio cultural profundo, una revisión de actitudes; mientras haya hombres que no entiendan que antes de ser mujeres o varones, somos personas con iguales derechos y oportunidades , mientras no se logre eliminar esa brecha ,mientras no nos involucremos todos los actores de la sociedad en la lucha contra este flagelo, resultará difícil revertir esta situación que hoy tiene un alto y gravísimo costo: la pérdida de lo más valioso que es la vida y particularmente la vida de nuestras niñas y mujeres.
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A pocos días del comienzo del verano y con el aumento de la temperatura, cada vez más personas se vuelcan a la costa de ríos y playas, cosa que ya está ocurriendo desde algún tiempo atrás.
Es un tema de gran preocupación el hecho de que las zonas de playa de nuestro departamento no cuenten con el servicio de guardavidas, siendo éste de imperiosa necesidad para desarrollar las actividades de prevención y rescate.
Nuestras playas concentran un elevado número de locatarios y visitantes con fuerte presencia de niños a quienes se les debe brindar las mejores condiciones de seguridad, y no es suficiente, como sucede en algunos lugares, con que un funcionario de Prefectura recorra la zona y actúe en tierra firme.
Según datos del SINAE el 94% de los accidentes en el agua suceden en playas no habilitadas, por lo que este organismo mantiene la premisa de que la presencia de guardavidas es síntoma de que la playa es segura.
En este sentido, para asegurar un verano tranquilo y disfrutable, evitando cualquier tipo de riesgo para la salud y para cumplir con la aspiración de promocionar nuestro departamento como destino turístico, voy a plantear a las autoridades departamentales competentes en el tema:
Que se hagan los máximos esfuerzos para que este verano y los siguientes, las zonas de playa de nuestro departamento cuenten con el debido y necesario servicio de guardavidas.
Solicito que mis palabras sean remitidas al Ejecutivo departamental