(por Aldo Roque Difilippo) Este domingo culmina el 10° encuentro internacional de músicos Jazz a la calle. Un evento que en cada edición se ha superado y que en el 2017 demostró que el traspié del año anterior, donde no pudo realizarse por falta de apoyo económico, fue el aliciente para hacerlo crecer. En las calles mercedarias y durante el evento podemos encontrarnos con visitantes de las más variadas regiones. No solamente los músicos que vienen a participar en los conciertos de Manzana 20, sino también músicos que por cuenta propia llegan con su instrumento a cuestas para participar de uno de los toques callejeros, o simplemente para estar. El boca a boca ha sido la mejor propaganda entre los artistas. Dialogando con alguno de ellos es el común denominador cuando les preguntamos cómo se enteraron del festival. Un amigo me contó que estuvo, es la respuesta repetida; y eso ha llevado a que la ciudad de Mercedes en esta semana se sea visitada por numerosas personas.
Pero más allá de los números, o de lo que pudiera o no repercutir en los ingresos económicos a la ciudad que en una semana ingrese un número de personas que no es habitual, está el otro aspecto, que quizá no ha sido debidamente dimensionado: el social. Vivimos inmersos en una sociedad que mira para el costado, acostumbrada al individualismo, y a que las noticias sean quién fue la nueva víctima de robo o violencia. Recorrer los toques callejeros, presenciar los conciertos o pasarse la madrugada entera disfrutando de las jam session que se organizan en el patio de Manzana 20 una vez culminado el espectáculo central, supone ver imágenes poco habituales. Niños jugando libremente, parejas de jóvenes sentados en el piso y a su lado parejas de personas mayores en sus sillas playeras disfrutando de un mate, o una bebida; y con la misma mirada de satisfacción por recibir ese espectáculo musical. Y junto a ellos o un poco más allá un grupo de jóvenes tomando cerveza o vino en caja, con el mismo disfrute que el de la señora que toda atildada está a su lado , y que en otras circunstancias opinaría “la juventud está perdida” al verlos beber y reír.
El Jazz a la calle ha generado ese ambiente donde todos conviven y se respetan. Donde la música es lo que los une y la diferencias entre unos y otros hacen a la riqueza de la reunión y no conspira contra ella.
Un dato no menor, en los toques callejeros, durante el espectáculo central en Manzana 20 y en la jam session no es necesaria la presencia policial, y no se ve tampoco ni un policía recorriendo la zona. Apenas algunos funcionarios de la organización con el cometido de cuidar lo imprescindible: que todos puedan ver el espectáculo o que alguien en un descuido enganche un cable de la amplificación.
Tan inútil es la presencia policial en este evento que de las 10 ediciones solamente en una se regitró un robo de instrumentos, y fue un hecho menor y rápidamente aclarado. En esta edición una persona perdió su teléfono celular y a los pocos minutos otra lo llevó hasta el escenario para que los presentadores alertaran de la situación y se lo devolvieran. Algo que en otras circunstancias no sería así.
Mientras esto ocurría, varias cuadras hacia el centro de Mercedes se registraban escenas de violencia en un partido de básquetbol.
Quizá la música sea al antídoto para los problemas que atraviesa nuestra sociedad.