15 de February del 2015 a las 17:55 -
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Alejandro Sánchez un tupamaro es el Presidente más joven de Diputados
Con convicciones muy firmes y marcando la cancha en lo que será su gestión, asumió el Presidente de la Cámara de Representantes

Con 34 años el montevideano Alejandro Sánchez se convirtió en el Presidente más joven que haya asumido la responsabilidad de estar al frente de la Cámara de Representantes, siendo votado por todos los legisladores en sala con argumentaciones extensas en muchos casos que llevaron a que la sesión se extiendiera hasta las 18.00 horas.
Es integrante del Movimiento de Liberación Tupamaro y en su discurso dejó muy clara la visión sobre lo que será su gestión, en un discurso algo extenso pero muy "jugoso". Fue catalogado por sus pares de las distintas bancadas como un hombre de diálogo y muy trabajador, identificándosele como parte de la renovación generacional.

EL DISCURSO COMPLETO
Ser representante nacional es un gran honor, pero también una gigantesca responsabilidad política, no sólo para con nosotros mismos, sino para con nuestro pueblo.
Este es un ámbito plural, donde coexisten visiones diferentes y en algún caso, antagónicas.
Hay una bancada oficialista y bancadas de oposición. Por ello, es de esperar que no siempre estemos de acuerdo.
No venimos a esta cámara para pelearnos con otros, sino para construir con otros, las herramientas y las soluciones necesarias para los problemas del país.
Por tal razón, considero mucho más provechoso y saludable para nuestra sociedad, que los aquí presentes busquemos incansablemente acuerdos.
Porque muchos de los desafíos que tenemos como país, requieren de estos acuerdos, basados en dos condiciones: ser amplios y duraderos en el tiempo.
Tanto en el acuerdo como en el disenso, necesitamos que el debate sea sincero, comprometido y respetuoso. Porque no se trata solo de oír al otro, sino de escucharlo para entender y comprender sus opiniones. No porque busquemos ser todos iguales, porque no lo somos.
Pero la búsqueda de acuerdos y soluciones a los problemas de nuestro país, es una responsabilidad de todos los partidos representados en esta cámara; que tienen el deber de aportar al principal objetivo nacional: que el Uruguay siga por el camino del desarrollo inclusivo.
Representamos cosas diferentes, con intereses e ideologías diferentes, que producen formas de pensar y actuar también distintas.
Pero si estamos acá es porque esas diversas sensibilidades también están presentes en nuestro pueblo.
Hay quienes valoran más la competencia, que la cooperación; la libertad individual, que la igualdad. Estas diferencias no hay que ocultarlas, sino todo lo contrario. Hay que ponerlas sobre la mesa, para discutirlas y exponer nuestras razones.
Porque el debate político es eso, disputar las ideas y los valores en el corazón y en la cabeza de nuestro pueblo.
Decirlo es muy fácil, lo difícil es hacerlo, para ello se requiere sinceridad, honestidad y confianza.
Sinceridad, para decir lo que pensamos y defenderlo con sólidos y profundos argumentos.
Honestidad, para asumir cuando nos equivocamos y retractarnos si es necesario. Pero también y más importante para reconocer los aciertos de los otros.
Sinceridad, ante nuestro pueblo, para sostener nuestras ideas aunque no gusten o molesten.
Honestidad en el debate, para que la oposición no pida lo imposible. Ni para que el oficialismo prometa lo que no puede. No para caer en el absurdo del posibilismo, porque el arte de la política es hacer posible, lo justo y necesario.
Confianza, para poder acordar con los otros y generar espacios de diálogo transparentes.
Nada de esto se hace por decreto, sino que es una paciente construcción de tender puentes, pero vale la pena intentarlo. Y con eso nos comprometemos.
Por eso, los aquí presentes y nuestros partidos, tenemos que asumir un compromiso de carácter ético, asumir que lo que decimos, forma parte indisoluble de lo que hacemos.
Si no somos capaces de tener esta actitud frente a la vida, difícilmente realizaremos un aporte sustantivo a la construcción de un país mejor.
Este es un parlamento, aquí se viene a parlamentar. Pero esto no es una competencia de oratoria bonita, porque la sociedad no mide ni evalúa lo que hacemos por la cantidad de palabras lindas que utilicemos en nuestros discursos, sino que nos exige que tras el debate edifiquemos soluciones.
Por eso, estamos convencidos, que la virtud más grande que deberíamos tener los diputados, es tener grandes orejas para escuchar.
Escuchar muy bien qué es lo que reclama nuestra gente, y cuáles son los problemas y desvelos de los uruguayos y uruguayas.
No para transformarnos en deliverys de la política, trasladando mecánicamente los reclamos que realiza la opinión pública.
Sino para comprender muy bien qué es lo que la gente reclama y edificar soluciones eficientes y eficaces a esos problemas.
No se trata de hacer lo que la opinión pública reclama en sus términos instrumentales, si fuera ese el caso no serían necesarios los parlamentarios.
Pues con una buena encuesta de opinión publica bastaría para saber lo que dicen los ciudadanos.
La tarea de la política no es contar y repetir lo que la gente dice, sino entender los reclamos de la gente, contextualizar los problemas y construir. Animarse a construir soluciones nuevas.
Para esto debemos asumir con valentía que ser diputados no nos proporciona la capacidad de tener todas las respuestas.
Mucho menos las mejores.
Debemos asumir que afuera de este hemiciclo hay muchos compatriotas, que sienten, pueden y quieren aportar soluciones a los problemas del país.
Necesitamos que el Parlamento tienda puentes con la cultura, la academia, las organizaciones estudiantiles, sociales, empresariales y sindicales, que tienen mucho para aportar en la construcción de un desarrollo sustentable e inclusivo.
Esta casa tiene que abrir sus puertas de par en par, para que por ella pasen los grandes temas nacionales. Y convocar a todos los que quieran opinar, proponer y comprometerse con las soluciones a esos problemas.
Porque pese a los enormes avances alcanzados en la última década, aún quedan muchos compatriotas pasándola mal, con carencias y en medio de la pobreza.
Ese tendrá que ser el centro de nuestras preocupaciones y desvelos, tendremos que trabajar mucho y muy bien, para cumplir con las necesidades de nuestra gente.
Hoy se inaugura una nueva legislatura. Asumen nuevos diputados. Hoy festejamos que esta cámara se conforma con un grupo humano muy diverso con presencia de jóvenes, de mujeres. De trabajadores de diversas ramas, de amas de casa, de profesionales, de docentes, entre otros.
Pero cada 15 de febrero se festeja por sobre todo el triunfo de la democracia y este año en particular, celebramos 30 años de la restauración democrática.
El 15 de febrero de 1985, el Poder Legislativo, retomó sus actividades, dejando atrás la noche oscura que enlutó a nuestra sociedad; cuando unos pocos, pensaron que podían decidir por el resto e imponer a sangre y fuego su proyecto económico y social.
Aún las cicatrices de aquella ferocidad no se han cerrado, porque todavía nos falta mucho para alcanzar la verdad y justicia.
¡Y con esa causa nos tenemos que comprometer todo!
Hace 30 años comenzaba, nuevamente, a florecer en el Uruguay la libertad y la democracia.
30 años es tiempo suficiente, como para que perdamos el miedo a interrogarnos cómo es y cómo queremos que sea nuestra democracia.
A la generación de mis padres, le tocó la difícil tarea de luchar contra la tiranía y el despotismo, restablecer la democracia, en definitiva, defender el gobierno del pueblo.
A esta generación le corresponde tener memoria colectiva de esa historia, pero sobre todo construir más y mejor democracia.
Porque la democracia no puede ser sólo una linda palabra o el lugar común para decir lo que es bueno y deseable, sin necesidad de explicarnos mucho.
Ser críticos con y en la democracia, implica analizar y, fundamentalmente, resolver sus carencias y déficits.
Para ello el mejor instrumento que nos proporciona es ejercer la libertad y la justicia.
Libertad para discutir lo que nos molesta y que muchas veces algunos prefieren ocultar. Libertad para interrogarnos si lo que discutimos es lo que necesitamos resolver o lo que otros nos han impuesto como prioridades.
Justicia para darle voz a los que no tienen poder. Justicia para desterrar la desigualdad y la pobreza de nuestras sociedades.
La democracia para nosotros excede ampliamente un método para elegir a quienes nos gobiernan. Si lo que pretendemos es fortalecerla, debemos comenzar por asumir que la democracia debe ser también una forma de organizar, edificar y expandir la justicia, la libertad y el progreso a todos, sin exclusiones.
Desde esta perspectiva, el sujeto, más que un votante, es un ciudadano con derecho a participar y decidir.
Asumir que no hay derechos humanos "fundamentales" y "no fundamentales" o de los otros. No hay derechos de primera ni de segunda: hay derechos y punto.Y la democracia tiene que asegurarnos que los podamos ejercer.
El derecho a la vivienda, a la salud, a una educación de calidad, al esparcimiento y al disfrute cultural, son tan importantes como el derecho a la vida.
El derecho a decidir sobre la utilización de nuestros recursos naturales, sobre la producción y el reparto de la riqueza, son tan importantes como el derecho a la libre asociación y a la libertad de pensamiento.
La pobreza y la desigualdad no son problemas sociales, sino también son déficits democráticos.
¿Estamos dispuestos a admitir que la democracia conviva eternamente con la desigualdad y la pobreza?
¿Cuán fuerte y robusta puede ser nuestra democracia, si abandona a su suerte a miles y los condena a ser pobres?
¿Acaso no es más fuerte y más justa nuestra democracia cuando las mujeres pueden decidir sobre su cuerpo, cuando los trabajadores pueden discutir sus salarios y sus condiciones laborales?
Claro que sí, esta matriz de derechos hay que profundizarla.
Quién puede resolver sobre estos dilemas y conflictos es la política con mayúscula, no la politiquería.
Porque si la política omite los problemas centrales de nuestro tiempo, se vacía de contenido y de sustancia.
Recordemos que no hace mucho se alzaron voces que sostenían que la política había muerto.
Afirmaban que para lograr el desarrollo no se necesitaba de la política, que el mercado y su mano invisible, junto con el saber tecnocrático se encargarían eficientemente de asignar los recursos y propiciar el desarrollo.
Pero entendimos a los golpes, que la técnica, no dice para quién, sino solo el cómo.
Y el mercado dista mucho de ser un espacio democrático, porque impone sus reglas y en él, gobierna el más fuerte. Es un sálvese quien pueda y como pueda, donde la mayoría de las veces los débiles quedan fuera del reparto.
Los descuidos de la política, permitieron que pasáramos a toda velocidad y casi sin darnos cuenta, de una sociedad con mercado a sociedades de mercado.
En ese modelo, no hay lugar para todos. Porque todo está hecho y pensado para ser comprado y vendido. De esta manera sacrificamos la promesa de igualdad por el confort en cuotas para el que lo pueda pagar.
El tamaño de la billetera no debe determinar la calidad y el acceso a los derechos. Los bienes públicos: la salud, la educación, la cultura, no pueden ser mercancías, sino que son derechos de todos y para todos.
Para ir finalizando, permítanme una nota personal. Yo soy hijo de un padre zapatero, albañil y feriante. De una madre textil y empleada doméstica y es a ellos a quienes les debo todo lo que soy.
Aprendí con ellos y de su ejemplo, que en la vida hay que ser derecho.
Aprendí que vale mucho más ser honrado, que todo el dinero que se pueda acumular en una cuenta bancaria.
Aprendí que la solidaridad, no es dar lo que me sobra, sino compartir lo poco o mucho que se tiene con los demás.
Por eso también aprendí a sentirme hermano de un puñado de hombres y mujeres, luchadores sociales, comprometidos con la suerte de los humildes, de los que sufren, que desde el fondo de la historia vienen bregando, por construir una sociedad justa.
Me tocó crecer en el barrio Municipal, un barrio montevideano signado por el estigma de la pobreza, catalogado como zona roja. Cargado de problemas y carencias, pero habitado por hombres y mujeres portadoras de mil oficios y saberes. Padres, hermanos, abuelas, madres, que hacen mil sacrificios para parar la olla y brindarles cariño y oportunidades a sus hijos.
Nací en un barrio que se fue armando de a poco y de manera desordenada, donde cada uno fue levantando su casa como pudo y como se lo fue permitiendo su bolsillo, quizás por eso le tengo tanto afecto, porque nunca fue perfecto.
Busqué organizarme políticamente para cambiar la realidad de mi barrio, no para ser diputado.
Mi presencia en este espacio es fruto de la militancia de mis compañeros y compañeras, que me dieron la enorme responsabilidad de representarlos ocupando una banca.
Los diputados no debemos olvidarnos nunca que estamos acá para cumplir con nuestro trabajo y el objetivo de nuestro trabajo es cambiar la realidad de nuestro pueblo.
Compañeros: hemos logrado mucho y aún tenemos el mundo entero por cambiar.
Porque como muy bien dijo el Bebe Sendic "al fin como al principio todo es plan y fantasía".

 

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